Aprendiendo a ser potencia

China en África en tiempos de COVID-19

China se ha encontrado inmersa en una inesperada crisis diplomática en África, uno de los continentes donde ha vertido más esfuerzos en los últimos años. Mientras sufre por la llegada de una segunda ola de la COVID-19 desde el exterior, China ha puesto a los extranjeros en el punto de mira. El exceso de celo de algunos ciudadanos y oficiales ha llevado a que se produjeran casos de discriminación hacia ciudadanos extranjeros. Los casos más flagrantes son los aparecidos en una serie de videos en contra de residentes en China de origen africano.

Las imágenes han corrido como la pólvora en las redes sociales, con especial impacto en países como Nigeria o Kenia. La reacción china ha sido lenta, alegando que los vídeos eran falsos -lo que animó aún más la polémica- provocando una respuesta diplomática contundente de varios ministros de exteriores africanos. Después de algunas conversaciones y de tener que reforzar el envío de material médico chino a África, las partes implicadas han dado la polémica por cerrada. Aunque la herida dentro del opinión pública africana parece que tardará en curarse.

La realidad de las relaciones sino-africanas, aún así, parece demasiado robusta como para que una crisis como ésta pueda deshacerla. África es uno de los lugares del mundo donde el rol de China como potencia global se percibe de forma más evidente. Se pone sobre la mesa cuestiones como la balanza entre desarrollo soberano y dependencia del comercio global; las potencialidades y límites de implantar en todo el mundo el modelo de industrialización chino; y la reaparición del viejo peligro del (neo) colonialismo con el nuevo papel internacional de China. A todo esto, ahora le tenemos que añadir el conjunto de incertidumbres que supone el mundo post-pandemia para una África que empezaba a despegar. 

Puerta Nan Hua en Bronkhorstspruit, Sudáfrica – Foto de Paul Saad – CC

 

La huella de China en África

La presencia de la República Popular en África comienza con la etapa maoísta . Paralela a su propia evolución interna, China ha pasado de actuar como faro de la revolución del Tercer Mundo, a ser uno de los actores económicos más importantes del continente. Aunque China ahora se sienta a la mesa de los grandes, los agravios compartidos por un pasado colonial han sido un activo para las relaciones sino-africanas. Con el añadido de que China no sólo ha hecho frente al imperialismo, sino que parece que está ganando a los colonizadores en su propio juego.

China en África está presente como acreedor, importador de recursos naturales y exportador de bienes de consumo asequibles para el creciente mercado africano. Hay que tener en cuenta que en el siglo XXI África será el continente con una mayor población de jóvenes. Desde el punto de vista diplomático África es también clave. Los votos de los países africanos facilitaron la entrada de la República Popular en la ONU frente a la República de China, y han seguido apoyándolo en cuestiones sensibles, como por ejemplo el tratamiento de la cuestión de Xingjiang y los Uigurs; además de facilitar los avances de China en organismos internacionales.

Por otra parte los países africanos han encontrado en China un inversor y un facilitador de proyectos de infraestructuras claves para el desarrollo; aunque no todos ellos igual de exitosos. Los productos chinos permiten el acceso a bienes de consumo y productos tecnológicos a precios asequibles para las clases medias africanas. El premio gordo, aún así, está en el hecho de que los africanos aspiran a que, a medida que los costes de producción aumenten en China, se produzca la deslocalización de empresas chinas y poder así emular el proceso que vivió el gigante asiático. Ahora bien, la automatización puede suponer un impedimento para el sueño africano de ser “la nueva China”.

La trampa de la deuda

China acumula el 17% de la deuda africana. Sin ir acompañadas de demandas de reforma política y económica, los préstamos chinos se han convertido en una alternativa al Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional en África. Como ocurre en otras partes del mundo, el desarrollo de proyectos de infraestructura -a menudo construidos por empresas chinas- ha concentrado la mayor parte de la actividad china. Uno de los peligros al que se hace mención es el de la “trampa de la deuda”. Donde de forma premeditada Beijing buscaría sobreendeudar a países en vías de desarrollo y apoderarse de las infraestructuras que había ayudado a financiar.

Deborah Brau apunta , sin embargo, que ésta no sería la práctica más común en África. Hasta ahora, en caso de dificultades de pago China no se ha dedicado a requisar propiedades, sino que ha preferido renegociar los préstamos. Para Beijing obtener la gestión de según qué infraestructuras de las que no se sabe si realmente serán solventes, puede suponer un coste tanto económico como diplomático más elevado que las alternativas. Por otra parte, tampoco se puede decir que China dé sus créditos en condiciones excesivamente favorables para los países africanos; ni que esto no le dé una cierta influencia sobre los países receptores.

Tampoco suele perdonar las deudas. En las recientes conversaciones sobre si ante la crisis de la COVID-19 habría condonar la deuda de los países africanos, Beijing ha ofrecido ser razonable con los pagos, pero se ha opuesto a hacer condonaciones. La polémica con la que se abre este artículo podría ser, de hecho, un elemento que los africanos podrían utilizar para presionar a China respecto a la cuestión de la deuda.

Ingenieros militares chinos llegan a Darfur – Foto Naciones Unidas – CC

 

Los límites de la “no intervención”

China se presenta como una potencia que no interviene en la política interna de otros países, ni hace uso de sus fuerzas armadas para proyectar su poder. Ahora bien, sin llegar todavía a los niveles de Occidente, vemos cómo China no se queda de brazos cruzados cuando sus intereses se ven afectados lejos de sus fronteras. Y como es lógico, a medida que estos crecen también lo hace su intervención en los asuntos de otros estados. En la región de África Oriental tenemos algunos ejemplos.

En Yibuti, se encuentra la primera base militar de China en el exterior. Las fuerzas chinas desplegadas allí han tenido un papel significado en las campañas contra la piratería somalí, protegiendo así la entrada del mar Rojo y las rutas hacia el Canal de Suez. Las chinas no son las únicas tropas extranjeras desplegadas en el país; de hecho, ha habido algún conflicto con los estadounidenses. La diferencia radica, sin embargo, en que China posee el 75% de la deuda del estado yibutí, y en los últimos años se ha convertido en el principal actor económico del país, ganando mucha influencia sobre el gobierno.

Tras su independencia, Sudán del Sur entró en un conflicto civil en el que China se convirtió en el principal actor externo en el proceso de paz. Antes de la secesión, Beijing ya tenía influencia en el sector petrolero del país pero, al estallar el conflicto civil, China se convierte en el principal actor económico de Sudán del Sur. Esto haría que Beijing, bajo bandera de la ONU, desplegara tropas y se convirtiera en el principal mediador entre las partes en conflicto. China consiguió que todo el mundo respetara sus intereses, a la vez que lograba proteger los diferentes grupos en conflicto de las sanciones impulsadas por EEUU.

En esta misma línea, hay que hacer notar la sospecha sobre el papel chino en la caída de Robert Mugabe en 2017. China se convirtió en el principal inversor de Zimbabue a raíz del aislamiento internacional que sufriría el país a principios de los 2000. Mugabe era un viejo amigo de Beijing, pero antes de ser derribado, su gobierno se encontraba impulsando un proceso de nacionalización que afectaría a los intereses chinos en el país. El líder del golpe, Mnangagwa, era también un viejo conocido de China, donde recibió entrenamiento como guerrillero en los años sesenta. Estos elementos sumados a que las relaciones se mantuvieron con total normalidad, ha hecho argumentar que el golpe podría haber tenido el visto bueno o incluso el ánimo de China. En caso de que fuera así, estaríamos hablando del primer derribo de otro gobierno impulsado por China en tiempos recientes.

¿Exportando el “modelo chino”?

Otro de los mantras de la política exterior china que vemos cómo se va erosionando en África es la idea de que Beijing no exporta su modelo económico y político a otros países. Tal como comenta Branko Milanovic a Capitalism Alone, más allá de su voluntad, a medida que el modelo chino produzca éxitos, se puede prever que similares prácticas y políticas sean adoptadas por otros países. Ahora bien, con la llegada de Xi Jinping, cada vez son más las voces que desde China hablan de las virtudes de su sistema y alientan a seguir su ejemplo. En África encontramos algunos ejemplos de promociones tanto activas como pasivas del modelo chino.

Por un lado tenemos la vertiente educativa y cultural, donde China ha desplegado una cincuentena de Institutos Confucio, y ha recibido numerosos estudiantes de intercambio tanto para formación universitaria como profesional. Por un lado, se ayuda a preparar una masa de trabajadores en África que facilitaría el desarrollo industrial si llega el caso de la deslocalización de empresas chinas a territorio africano. Por último, el hecho de que parte de las élites africanas se formen en China facilita la fluidez de las relaciones. Los estudiantes de intercambio habrán obtenido sus conocimientos a través del prisma chino y no del occidental, y una vez retornen a casa incorporarán estos aprendizajes en sus países.

Ahora bien, los niveles de alfabetización y fortaleza política del estado con que contaba la China de Deng Xiaoping distan de la situación de la mayoría de países africanos. Lo que más se acercaría sería Etiopía. Este país africano está viviendo un gran desarrollo económico, y políticamente ha pasado de un sistema socialista de partido único, a un pseudo-parlamentarismo que mantiene el dominio del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope. Su economía ha virado de la planificación a un modelo desarrollista con liderazgo estatal abierto a la inversión y empresas extranjeros, creando zonas económicas especiales donde China juega un papel relevante. Las élites etíopes han encontrado en el chino un modelo adecuado para su contexto, que les permite garantizar un desarrollo rápido, sin astillar su poder político y garantizando su soberanía.

Visita oficial de Xi Jinping a Sudáfrica, en 2015 – Foto: Gobierno de Sudáfrica – CC

 

(Neo) colonialismo chino 

Es obvio que los países africanos mantienen una relación asimétrica con China, al igual que lo hacen con Europa o Estados Unidos. La situación varía enormemente de país a país, pero en general sería un error pensar que los países africanos son totalmente subalternos y sus sociedades pasivas ante una creciente dependencia hacia China. En Kenia, por ejemplo, la presencia china ha sido un motivo de contestación social, y se han producido conflictos laborales entre empresarios chinos y trabajadores kenianos.

Los países pequeños y medios siempre se encuentran en un equilibrio delicado en la balanza entre soberanía y desarrollo económico. Las relaciones de vasallaje siguen existiendo, pero no se puede mantener una visión reduccionista en la que cualquier relación en condiciones de desigualdad debe encuadrarse dentro de una estrecha distinción entre “imperialismo neocolonial” o “solidaridad internacionalista”. Esto nos llevaría a negar la autonomía de la mayoría de estados en el mundo, que en un mundo multipolar son los que realmente inclinan la balanza.

Los países africanos tienen agencia propia, como hemos visto están jugando sus cartas para sacar provecho de la competencia entre las grandes potencias y el juego que propicia China para seguir su propio camino de desarrollo. La entrada de otros actores como Rusia o la India, facilitaría aún más esta dinámica. Así, es importante huir tanto de las narrativas sobre la benevolencia china, como del paternalismo occidental cuando los países africanos tratan con Beijing. En África saben perfectamente qué significa endeudarse o estar sometidos a poderes extranjeros. Y también conocen el poco margen que tienen para no hacerlo.

¿Qué pasará después de la pandemia?

China, aunque comprende que su futuro se decide lejos de sus fronteras, piensa fundamentalmente de puertas adentro. La pandemia del COVID-19 ha puesto China bajo el escrutinio de las opiniones públicas globales. Sus diplomáticos no se encuentran muy cómodos, basculando constantemente entre presentar la China como la salvadora del mundo y reaccionando de forma furibunda ante cualquier crítica. Esto no está ayudando a inclinar la balanza a favor de China.

Debemos recordar que el rol que está jugando China en el mundo es nuevo, y Beijing se encuentra en un proceso de aprendizaje. Las actividades chinas en África muestran la evolución de las prácticas de la República Popular en el exterior. Las relaciones entre China y los países africanos tampoco son estáticas. La respuesta africana a la discriminación de sus ciudadanos es una muestra. Hay quien plantea que esto significará un punto de no retorno para “la amistad” sino-africana. Ahora bien, no está nada claro si desde la esquina africana interesa alargar esta situación.

No debemos olvidar que a pesar de la vorágine informativa de la pandemia, la opinión pública es volátil, y no siempre es determinante en la política internacional. La congelación de los mercados globales debido a la pandemia puede truncar la esperada llegada de los dividendos de la globalización en los países en desarrollo. Mantener una buena relación con China puede significar librarse de la quiebra para algunos países africanos. China tiene el reto de garantizar lo que se espera de ella. Es en la capacidad de Beijing de actuar como estabilizador en la recesión donde los africanos decidirán su veredicto final.

 

Autor

Miquel Vila (@nomos46) es analista político especializado en relaciones internacionales y en China. Colabora regularmente en diversos medios.

 

Este artículo se publicó originalmente en catalán el pasado el pasado 6 de mayo de 2020 en la Catàrsi Magazin,bajo el título La Xina a l’Àfrica: aprenent a ser potència.

 

Traducción: Africaye.

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