Los columnistas del Financial Times y de Bloomberg parecen muy convencidos de que en el plazo de pocas décadas África está llamada a ser “la nueva China” y, por tanto, la fábrica del mundo del futuro. Lo cierto es que Etiopía, Ruanda, Kenia, Ghana e, incluso, Tanzania han realizado progresos importantes en su modelo manufacturero. No es extraño por tanto que la prensa económica global y la Unión Africana se hayan apuntado a la idea con entusiasmo. Lo mismo hace el libro de Carlos Lopes recientemente publicado en castellano, África en Transformación, que ensalza el ejemplo de las plantas de H&M y Primark en Etiopía y el boom en la fabricación de automóviles en Kenia. La tesis de la nueva China, sin embargo, resulta más problemática de lo que parece.
La tesis es sencilla: si China ha logrado convertirse en la fábrica del mundo gracias a un gigantesco ejército de mano de obra barata, no hay razón que impida a los países africanos más avanzados hacer lo mismo. Máxime cuando China parece estar liberando parte del terreno de juego al dejar atrás una primera etapa de despegue manufacturero de bajos costes. La idea que subyace, de mayor calado, es una constatación de la Historia Económica: no hay desarrollo que deje atrás la pobreza sin industrialización -la desigualdad es harina de otro costal. El siguiente gráfico, que muestra el despegue experimentado por los países industrializados frente a los no industrializados, parece no dejar lugar a dudas (fuente: Trouble in the Making? The Future of Manufacturing-Led Development).
La empresa tanzana A to Z (su lema: “developing Africa through manufacturing excellence”) ilustra las bondades de la vía china. Emplea a 7.000 personas y es conocida por su amplia gama de productos, desde plásticos y bolsas de cemento hasta productos textiles. Su producto estrella son las mosquiteras rociadas de insecticida anti-malaria, de las que, presume, es capaz de fabricar 30 millones de unidades al año. Pero más encomiable todavía resulta la capacidad de innovar de A to Z. La empresa ha automatizado recientemente el proceso de tejido. Algo negativo para el empleo, aparentemente, especialmente en un país con tasas de empleo formal bajísimas, pero no parece que haya sido así. Al automatizar el proceso de tejido, A to Z ha aumentado su producción y sus ventas, lo que ha hecho necesario contratar más trabajadoras en la sección de cosido, la cual es menos susceptible de ser automatizada. El resultado agregado ha sido un aumento del número de empleados.
Los tres problemas del África como la nueva China
Pero a pesar de éste y otros ejemplos, la tesis de la nueva China presenta al menos tres problemas. El primero es que no resulta tan evidente que la senda de crecimiento del PIB clásica funcione hoy como lo hizo para los países que protagonizaron las anteriores Revoluciones Industriales. El economista Dani Rodrik ha desvelado que en los países de reciente industrialización el pico de PIB ligado a la producción industrial se produce antes en el tiempo y en niveles de riqueza menores. La idea de Rodrik de la “desindustrialización prematura” tiene su lógica: los recién llegados se incorporan a una estructura económica mundial y unas cadenas globales de suministro preexistentes, dominadas por empresas de países que se industrializaron previamente. El factor de desindustrialización prematura no augura nada demasiado bueno para los países africanos interesados en la vía china.
El segundo problema es que, en realidad, los costes de la mano de obra africana no son tan bajos como podríamos pensar. En términos absolutos, algunos países africanos cuentan con mano de obra más barata que, por ejemplo, Bangladesh. Pero si los costes se corrigen para tener en cuenta otros factores como el capital humano, el funcionamiento de las instituciones, etc., sólo la República Democrática del Congo (que pocos considerarán el destino óptimo para inversiones a largo plazo) y Etiopía se acercan a los costes de Bangladesh en mano de obra (fuente: Africa’s Development Dynamics 2018)
Finalmente, el tercer problema es que, si bien la productividad ha crecido en algunos países africanos en los últimos años, no lo ha hecho gracias al sector manufacturero, sino al sector servicios. Una transformación estructural ligada a la industrialización es que las ciudades absorben mano de obra agrícola y la incorporan a la industria, que tiende a ofrecer salarios estables y garantizar, hasta cierto punto, el surgimiento de una incipiente clase media. Éste no ha sido el caso en los países de África subsahariana. El trasvase de mano de obra agrícola se ha dirigido al comercio, la restauración y los hoteles, sectores con serios límites para el crecimiento de la productividad (de hecho, la productividad ha decrecido en estos sectores entre 2000 y 2010).
La industrialización verde como alternativa
Un informe de ODI -la cooperación británica- nos pone en la pista de otro fenómeno estructural que presenta una amenaza, aunque todavía lejana, para la vía china. Debido a que la robotización de economías como la estadounidense o la europea no es todavía masiva, Kenia o Etiopía aún tendrán capacidad de atraer y retener fábricas estadounidenses durante un tiempo. ODI ha calculado incluso cuantos años ofrecería esta ventana de oportunidad hasta que la caída de los costes de la robotización en EEUU los vuelva competitivos con la mano de obra barata africana. La ventana de oportunidad se cerraría en 2034 para Kenia y entre 2038 y 2042 para Etiopía.
Todo esto debe entenderse no como una enmienda a la totalidad al desarrollo industrial de algunos países africanos. Existen oportunidades a corto y medio plazo, y conviene aprovecharlas. El informe de ODI las sitúa en la satisfacción de los mercados domésticos en la agroproducción, la transformación de alimentos, las bebidas, el tabaco, la madera, el papel y otros productos básicos. Igualmente, el futuro parece prometedor en el sector servicios. En esto, Kenia o Ghana han demostrado sobradamente encontrarse en la frontera de la innovación a la hora desplegar innovaciones en finanzas, comunicaciones y energía solar. En este sentido poco tienen que envidiar a gigantes tecnológicos como la India. La empresa tanzana A to Z cuenta con tiempo para seguir fabricando más productos textiles y más mosquiteras, incluso automatizando parte del proceso. También el nuevo acuerdo de libre comercio africano ofrece nuevas posibilidades para redirigir parte de la producción a una demanda regional que cree sinergias entre países africanos.
Aun así, se hace oportuna una llamada a la prudencia. Como se señala con frecuencia, el problema de África no es integrarse más en las cadenas globales de suministro -ya lo está, y mucho-, sino integrarse en términos que le sean favorables. Llegar el último a la industrialización no es augurio de grandes perspectivas. Aún más cuando se pueden estar dibujando nuevos horizontes más prometedores. El mismo Carlos Lopes firmaba en octubre de 2017 un artículo que apuntaba a la “economía industrial verde” como hipótesis de futuro viable -“Africa’s impala-like leap into a green industrial economy”; extrañamente, su nuevo libro pasa de puntillas por esta idea. La metáfora del salto del impala invitaba a considerar las posibilidades de transitar desde economías pobres y de bajo valor añadido a economías industriales apoyadas en los empleos verdes, con gran peso de las energías renovables, evitando así el estadio intermedio de industrialización contaminante que ha marcado los últimos dos siglos.
De hecho, el escenario más amplio, y ciertamente más especulativo, del cambio climático y el agotamiento de los recursos naturales pueden cambiarlo todo. Hacia 2050, la descarbonización de la economía podría abrir dos posibles horizontes: un capitalismo industrial reconstituido en las proximidades del estado estacionario, o una economía directamente post-industrial que cierre el paréntesis de tres siglos de industrialización fósil. Cualquiera de los dos escenarios deja poco espacio para un “país-fábrica del mundo” al estilo de la China de las últimas dos décadas. Es probable por tanto que África deba insertarse en una economía global con menor peso del extractivismo y mayor relevancia de las cadenas de suministro más cortas. Hay margen para anticiparse y explorar nuevas oportunidades en una incipiente economía global no lastrada por una desigual organización mundial del trabajo, y sin fábricas del mundo.