Tras una década arrestado, juzgado y absuelto ante la Corte Penal Internacional, el expresidente marfileño Laurent Gbagbo regresó el pasado 17 de junio a la capital económica, Abiyán. A la negativa a aceptar los resultados (llegando a proponer un recuento) de los comicios propuestos bajo el control de la comunidad internacional de finales de 2010, se le añadió una acusación de crímenes contra la humanidad de la que se le absolvió en 2019, pero cuya decisión no fue ratificada hasta el pasado 31 de marzo. El exmandatario fue recibido con la mezcla de sentimientos que van del alivio y alegría de sus seguidores por verle en libertad, hasta la incertidumbre ante la nueva etapa que el país inicia tras su retorno. La estabilidad de Costa de Marfil vuelve a ponerse en entredicho ante el anunciado riesgo de contestación al poder del presidente de Alassane Dramane Ouattara desde una oposición muy debilitada, pero también perseguida en los últimos años. ¿Cómo encajarán la relación entre los políticos (en masculino) a partir de ahora? Ciertos aspectos claves nos podrán ayudar a entender qué puede desestabilizar el frágil contrato social existente hoy día en Costa de Marfil.
Gbagbo es el eje fundamental de su partido (el Front Populaire Ivoirien, FPI), además de un pilar de la política nacional. Sin él, se ha visto una falta de liderazgo claro y un rol diluido en la oposición, a lo que cabe añadir la ya mencionada represión contra esta. Para intentar mitigar un posible retorno por el liderazgo político, el presidente Ouattara le ha tendido la mano ofreciéndole un papel en la reconciliación nacional en un país que todavía se percibe como dividido. No debe olvidarse que, tras las últimas elecciones presidenciales, el también expresidente, Henri Konan Bedié, forjó una insólita alianza en la oposición con el FPI en contra del nuevo mandato de Ouattara. Si bien Bedié había aupado con una alianza histórica al primero en 2010, consideró que en las de 2020 (en las que Ouattara, tras enmienda constitucional, se presentaba por tercera vez) no fueron transparentes y se persiguió a la oposición, invalidando la práctica totalidad de sus candidaturas. Gbagbo conserva una enorme popularidad entre sus seguidores, a la que si se le suma su gran capacidad de oratoria, podría ser una pieza fundamental para derrocar a Ouattara (o, en su defecto, su partido) en la próxima contienda electoral en 2025. ¿Jugará Gbagbo el rol de hombre de partido? ¿Hombre de estado? ¿Intentará compatibilizar ambos roles? Para un recuperado líder de la oposición de 76 años, tras pasar diez en prisión, sigue siendo una incógnita saber qué energía y papel querrá desempeñar. Lo más cierto es que no tendrá un rol pasivo en la política del país.
Hoy en día, si hay un país africano donde la comunidad internacional desempeña un papel esencial, es Costa de Marfil. La dependencia en la reconstrucción macroeconómica, tras demasiados episodios de violencia, hacen que la visión de su antigua metrópolis, Francia, tenga mucha importancia para Ouattara (exvicepresidente del FMI). Si bien queda claro una mayor simpatía del Elíseo hacia Ouattara (ya procedente de la época de Jacques Chirac, entre 1995 y 2007), los próximos a Laurent Gbagbo consideran como una “fábula” que este pueda ser considerado “anti-francés”. Se hace necesario diferenciar la denuncia en las persistentes políticas poscoloniales de la Françafrique de la deformación del discurso contra la antigua metrópolis en favor de la unidad nacional. La renovación del contrato social no pasará por combatir a un enemigo, sino por buscar un relato común. Un pronóstico claro desde el punto de vista francés es que hay interés en un proceso de reconciliación nacional que permita un mejor y mayor grado de inversiones extranjeras, siempre que sea liderado por Ouattara.
A estas alturas, la elevada edad de los tres exmandatarios mencionados no parece un inconveniente, con un retorno con aroma de regreso al futuro y donde el porvenir del país en el siglo XXI se debe dilucidar todavía con dirigentes del XX. Más allá del encaje de estas figuras, tanto su permanencia en la élite como una resolución por la vía militar de las elecciones que auparon al poder a Ouattara, ha conllevado la desafección de buena parte de la ciudadanía, tomando la abstención como su principal herramienta de protesta. Cabe destacar la desafección entre la juventud, donde ni un 4% de los inscritos en las listas electorales presidenciales estuvo en la franja de edad que va de los 18 a los 24 años. De forma similar, la desafección se vislumbra también en el sector femenino, con una decreciente y alarmante participación política: en las últimas elecciones legislativas, apenas el 12,5% de las diputadas elegidas para representar la Asamblea Nacional fueron mujeres.
Ante el riesgo de hacerse repetitivo respecto a artículos anteriores, la cohesión social o la mayor participación de los sectores mencionados no pasará por el buen entendimiento -o incluso la retirada- de los políticos citados (sin olvidar a Guillaume Soro, actualmente condenado a perpetuidad por malversación y blanqueo de capital). Podrán venir nuevas caras, pero se seguiría manteniendo una política personalista de confrontación. Por ello, se necesitan afrontar las causas estructurales que, desde hace casi tres décadas (tras la muerte del primer presidente después de la independencia, Félix Houphouët-Boigny), propician una profunda división a muchos niveles y que pasan por revisar, entre otras, políticas identitarias y de control de tierras. Por encima de esta revisión, el análisis que se hace de la misma también necesita revisarse: un repaso por la principal literatura existente sobre el país nos hace ver, mayoritariamente, una visión acrítica de la intervención exógena en el país, poniendo el epicentro de las culpas en divisiones comunitarias, étnicas y, sobre todo, ideológicas. Salvo el PDCI (partido del expresidente Henry Konan Bedié), que cambia de alianza para volver al poder, la principal división entre el RHDP de Ouattara y el FPI de Gbagbo, el análisis de las tensiones en el país debe centrarse en el rol de Francia. El factor “étnico” aparece como “el árbol que no deja ver el bosque”, por lo que es necesario seguir desenmascarando derivas clientelares que salpican a ciertas élites nacionales (masculinizadas) como de su antigua metrópolis.
Autoría: Dagauh Komenan y Albert Caramés Boada