La XXI Conferencia de las Partes (#COP21) signatarias de la Convención marco de Naciones Unidas sobre el cambio climático arrancará en París el próximo lunes 30. Se la conoce como la conferencia de “la última oportunidad”. “Si no llegamos a un acuerdo en la COP, la opinión pública mundial no lo entendería. Más tarde, sería demasiado tarde”, ha declarado, Laurent Fabius, ministro galo de Exteriores y presidente de la COP21.
Hasta el viernes 11 de diciembre, delegaciones de 195 países intentarán llegar a un acuerdo internacional sobre el clima que entrará en vigor en 2020. El objetivo es cerrar un acuerdo mundial jurídicamente vinculante para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y para evitar, de aquí a 2100, un aumento de la temperatura media del planeta superior a los dos grados centígrados. Y es que, si se sobrepasa el umbral de los dos grados respecto a los niveles preindustriales, la Tierra entrará en un ciclo irreversible de inestabilidad climática, con subidas generalizadas de temperatura y una elevación imparable del nivel de los océanos.
Injusticia climática
Un informe del Banco Mundial, publicado a principios de este mes, revelaba que más de 100 millones de personas pueden caer en la pobreza en los próximos quince años por culpa del cambio climático y de sus efectos en la agricultura. Entre estos efectos, están las pérdidas de cosechas al disminuir las precipitaciones, el alza de los precios de los alimentos tras fenómenos meteorológicos extremos y una mayor incidencia de enfermedades por las olas de calor y las inundaciones. Las regiones más afectadas serán el sudeste asiático y el África subsahariana, dos de las zonas más empobrecidas del planeta.
“El cambio climático golpea más duramente a los más pobres”, admite Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial. Los más pobres están más expuestos a las perturbaciones climáticas y, cuando se ven afectados, pierden una mayor proporción de sus riquezas —además, son los que menos acceso tienen a seguros de riesgo, tanto formales como informales, que podrían ayudarles a capear estas perturbaciones—.
Paradójicamente, África es la región que menos contribuye a las concentraciones de gas invernadero en la atmósfera — el continente apenas produce entre el 2% y el 4% del total de emisiones de CO2—y, sin embargo, es la más afectada por los impactos del cambio climático y por el calentamiento global, según la UNECA (Comisión Económica para África de las Naciones Unidas). De los 50 países más vulnerables ante los desajustes climáticos, 36 están en el África subsahariana.
“Los riesgos climáticos amenazan la vida y la prosperidad en numerosas partes de África y existen signos claros de que los impactos del cambio climático ya se están haciendo notar”, podemos leer en el quinto informe del GIEC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre la evolución del Clima). La temperatura ambiente, con una media de 23 grados, es mucho mayor que en otras partes del globo y los impactos de un incremento de la temperatura, por pequeño que este sea, se amplifican allí. Por eso, el objetivo de que solo aumente dos grados la temperatura global sigue siendo demasiado alto para África.
De acuerdo con el programa ClimDev-Africa de la UNECA, “el cambio climático amenaza la seguridad alimentaria y de agua en África, limita el acceso a la energía y dificulta el desarrollo social y el crecimiento económico del continente”. El mismo programa también destaca que las frágiles infraestructuras, como carreteras o sistemas de telecomunicaciones y energía en el continente, podrían acabar destruidas ante la previsión de inundaciones más frecuentes e intensas y de otros fenómenos climáticos extremos, lo que dificultaría aún más el desarrollo.
Lo que el calentamiento esconde
No se trata solo del clima. El calentamiento global tendrá demoledores efectos sociopolíticos, ya que previsiblemente conducirá a una desestabilización de la sociedad humana por el deterioro de los recursos hídricos y alimentarios, la agravación de los problemas sanitarios y la extinción de muchas especies. Asimismo, el cambio climático aumentará el riesgo de que se desencadenen conflictos violentos. Surgirá un nuevo modelo de guerra: “la guerra del cambio climático”, continuación de la lucha de la humanidad por los recursos limitados y, a partir de ahora, más escasos —agua, pesca, madera, ganado, etc.—.
De hecho, no hay que fijar la vista muy a lo lejos, imaginando que todo esto se producirá en el largo plazo. Ahora mismo, estamos viviendo una de las consecuencias que trae aparejadas el cambio climático: la crisis de refugiados. Al margen de conflictos, como el de Siria, muchas de las personas que llegan a las costas europeas lo hacen huyendo de la carestía causada por las perniciosas y nuevas condiciones climáticas. Según Laurent Fabius, los refugiados climáticos venidos de África y de Asia no llegarán por miles a las costas del sur de Europa, sino por millones.
Así lo subrayó el presidente ghanés, John Dramani Mahama, llamando la atención sobre el hecho de que “las problemáticas de la migración y el cambio climático están estrechamente ligadas”. Lo hizo el pasado martes 10 —un día antes del encuentro euroafricano sobre migración que se celebró en La Valeta— en una de las precumbres de la COP21 que llevaba por título “África se compromete”.
¿Qué piden?
Los países africanos necesitan movilizar medios financieros ya que disponen de muy pocos recursos para adaptarse a las injerencias climáticas. Invertir en almacenamiento de agua, en cultivos resistentes al clima, en energías renovables… Para adaptarse al cambio climático, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) sugiere que África necesitará unos 50 mil millones de dólares anuales hasta 2050.
En la XV COP de 2009 en Copenhague, se alcanzó el compromiso de que las potencias más desarrolladas darían 100 mil millones de dólares al año, hasta 2020, a los países en desarrollo, por ser los más afectados por el calentamiento global. Para África, se acordaron entre 7 y 15 mil millones anuales. Seis años después, las contribuciones para África oscilan entre los mil y los dos mil millones. Además, del dinero entregado hasta finales de 2014, el 76% se había destinado a reducir las emisiones de gas invernadero —entregándolo, principalmente, a países asiáticos como India o China— y solo el 17% fueron fondos para la adaptación al cambio climático, el mayor problema del continente africano.
Para cambiar esta tendencia, los 54 Estados africanos hablarán con una sola voz y esta será la de Seyni Nafo, portavoz del grupo de África y el más joven de todos los negociadores de la COP21. De origen maliense pero educado en un prestigioso instituto francés y en Chicago, Nafo apuesta por el potencial de las energías renovables en África y, en este sentido, declara: “No somos ingenuos. Queremos movilizar la inversión internacional para acelerar la transición energética”.
Las aspiraciones africanas en esta cumbre son muy elevadas, pero los riesgos a los que se enfrentan de no conseguirlas lo son más aún. Esperemos que no ocurra como en anteriores COP y no se marginen los intereses de los países empobrecidos en pro del dominio del Norte.
Foto de portada: Le Centre d’Information sur l’Eau