Cuando hablamos de una maldición de los recursos que afecta a los países empobrecidos por el desarrollo de terceros, generalmente pensamos en grandes proyectos mineros, en fuertes inversiones a largo plazo que son muy lucrativas para algunos accionistas, pero con poco o nulo impacto en la mejora de las condiciones de vida de la mayoría de la población, o que incluso suponen un perjuicio para algunas poblaciones directamente afectadas. También lo asociamos a la industria pesada, muy contaminante y con tendencia a la depredación o, en todo caso, con muy poca sensibilidad por el crecimiento sostenible. En este artículo argumentamos que hay otra versión de la maldición de los recursos que generalmente pasa mucho más desapercibida, entre otras cosas, porque está acompañada por un discurso conservacionista bien elaborado, que aboga `por la sostenibilidad y el llamado turismo de naturaleza. Nos referimos a la proliferación de reservas y parques nacionales en los países africanos, orientados principalmente al turismo occidental más sensibilizado por la ecología, y que hacen gala de unos objetivos muy loables a escala planetaria: proteger especies amenazadas; promover el desarrollo de comunidades locales, y garantizar la biodiversidad de grandes espacios naturales, incluso más allá de fronteras establecidas entre los Estados. El caso del Great Limpopo Transfortier Park (GTLP), a caballo entre Suráfrica y Mozambique, nos servirá de ejemplo de unas realidades que, más allá del marketing promocional, tiene unos efectos nocivos para las poblaciones afectadas.
El pasado 24 de Abril, el diario digital mozambiqueño, Carta de Mozambique, publicó un reportaje sobre los efectos sociales de la caza furtiva en el distrito de Magude. Este distrito alberga parte de los límites mozambiqueños del parque nacional transfronterizo del gran Limpopo, creado a inicios de este siglo como una iniciativa mediante la cual la República Surafricana y Mozambique iniciaban una nueva fase en sus relaciones vecinales, más colaborativa y democrática.
El reportaje es un eslabón más de una larga cadena de publicaciones e investigaciones académicas que, transcurridos veinte años desde su inauguración, lanzan indicios muy fundados sobre la falsedad de algunas de las premisas que sustentan la narrativa acerca del GLTP, especialmente en lo que al desarrollo de las comunidades rurales de sus alrededores se refiere. La pregunta relevante es: si las comunidades locales llevan casi dos décadas beneficiándose de la existencia de un parque nacional trasfronterizo, ¿cómo se explica el aumento de la caza furtiva que, aparentemente, socava la dinámica constructiva del GTLP?
“Ellos nos quitan la tierra, nosotros les quitamos los rinocerontes”
La prensa generalista tiene normalmente dos grandes maneras de dar cuenta de la caza furtiva: o se incide en la pobreza de la poblaciones, obligada a encontrar alimentos de cualquier modo, o se incide en la ignorancia de la población en zonas rurales, que no se dan cuenta de que la fauna protegida es un patrimonio de la Humanidad, ni de su importancia como activo económico para el turismo. A menudo, en un alarde de pensamiento complejo, se ofrece una combinación de ambas.
No nos vamos a detenerme en desglosar los puntos débiles de estos dos argumentos, porque el artículo prefiere proponer que la caza furtiva se relacione con una reacción a la maldición de los recursos. Las palabras que encabezan esta sección expresan la frustración y la rabia de constatar que, una vez más, las promesas recibidas eran una coartada para que los mismos que se han aprovechado de la tierra africana durante tantas décadas, sigan haciéndolo, esta vez blanqueados por un discurso conservacionista bien adaptado a la sensibilidad del turista de naturaleza en el siglo XXI.
La conclusión a la que apuntan muchos reportajes como el de Magude es que la proliferación de espacios protegidos en ningún caso favorece a las comunidades, sino todo lo contrario. El aumento de tierra destinada a la conservación supone una dificultad añadida para el acceso a la tierra de las poblaciones rurales que, además, tampoco obtienen los puestos de trabajo que la industria del turismo aseguraba que crearía. Por consiguiente, el aumento de miles de hectáreas destinadas a la conservación ha generado una mayor exclusión de la mayoría de la población a recursos tan básicos como la tierra y el agua -pues el turismo, aunque sensibilizado por la ecología. es un gran consumidor de agua-.
En este contexto, la aparición de agentes económicos asiáticos, interesados en comprar colmillos de elefante o cuernos de rinoceronte, ha dado alas a la práctica de la caza furtiva cada vez más profesionalizada. Tras esta práctica que cada vez atrae a más jóvenes conocedores de los caminos de la sabana, hay un interés económico evidente, pues, como en toda actividad ilegal, tanto los lucros esperados como los riesgos asumidos son elevados. Las suertes son dispares, como explica el reportaje sobre Magude, pero incluso en los casos que acaba con éxito para el furtivo, las consecuencias sociales no son positivas.
Además del incentivo económico, la máxima anónima “ellos nos quitan la tierra, nosotros les quitamos los rinocerontes” nos da a entender que la caza furtiva tiene un componente de venganza contra los que siguen manteniendo el control de la tierra, y monopolizando los beneficios derivados de la conservación. ese trata de una reacción contra la política convencional y sus representantes, adalides de las transiciones democráticas de los noventa. La euforia de entonces hizo sentir a la población que finalmente se instaurarían a cada lado de la Frontera unos gobiernos leales a sus votantes. Sin embargo, luego resultó que la democracia era más para que los elefantes y la más fácil movilidad de los turistas( y para que los ricos continuaran siendo cada vez más ricos), pero no para que el conjunto de los ciudadanos tuvieran más derechos de acceso a los recursos básicos. La conservación es vista como una más de las muchas como el colonialismo se recrea.
De los Peace Parks a la militarización verde.
El 12 de Octubre de 2001 se produjo la primera transferencia de elefantes del Kruger Park al territorio mozambiqueño que conformaba el Parque Nacional del Limpopo, por entonces recién creado por el gobierno mozambiqueño. La unión de ambos parques nacionales formó el GLTP. Esta primera transferencia de elefantes se hizo incluso antes de la inauguración oficial del parque transfronterizo, y Nelson Mandela avaló la iniciativa liderada por la Peace Parks Foundation con las siguientes palabras: “No sé de ningún movimiento político, ninguna filosofía ni ideología que no esté de acuerdo con el concepto de Parques de Paz tal como lo vemos materializarse hoy. Es un concepto que puede ser aceptado por todos”. Casi veinte años después aquellas palabras ya no se sostienen. El ideal de potenciar al gran lobby empresarial de la conservación con la esperanza de que la riqueza generada se filtre hacia la población ha fracasado. Aunque algunos la defendieron con honestidad y otros sólo por cinismo, lo cierto es que la alianza entre lo público (Estado), lo privado y lo comunitario no se ha consolidado, y cuando el primero ha tenido que escoger a quien defender, ha optado por defender los intereses del conservacionismo empresarial.
Así, aliados a un conservacionismo que antepone los negocios a los derechos de la población rural, los gobiernos han visto como la caza furtiva ha conseguido poner en jaque un proyecto con demasiadas contradicciones. Al final, han acabado adoptando políticas policiales y de militarización de fronteras para proteger a sus animales, en lo que se ha llamado la militarización verde. Duro golpe para el marketing de los Peace Parks, pues las poblaciones rurales han acabado siendo lanzadas a las fieras, literalmente, por sus supuestos representantes políticos. Extraña democracia y paz la que viene de la mano del gran lobby del conservacionismo neoliberal.
Autor: Albert Farré, historiador, profesor Asociado de Historia de África en la Universidad de Barcelona (UB) a investigador del Centre d’Estudis Africans i Interculturals (CEAI)
Fotografía: Great Limpopo Transfortier Park (CC)