Varios países africanos abandonan el Tribunal Penal Internacional

Por qué los pasos de Sudáfrica o Burundi para abandonar el TPI no importan: África está irritada por su impotencia global

Hace casi exactamente diecisiete años Thabo Mbeki, el por entonces presidente sudafricano, dijo en su discurso de lanzamiento del African Renaissance Institute en Pretoria que se debían encontrar maneras para cerciorarse de que «se dan los pasos adecuados para asegurar que tanto África como el resto del mundo definen el nuevo siglo como `un siglo africano´, apoyando así el objetivo de movilizar los pueblos del mundo a favor de la ofensiva de un Renacimiento Africano«.

El Apartheid había acabado en Sudáfrica, y Nelson Mandela había sido elegido el primer líder democrático del país en 1994, marchándose tras tan solo un mandato. Corría octubre de 1999 y Mbeki era presidente desde hacía tres meses.

Había buenas vibraciones en el ambiente en África. El régimen militar había acabado en la gigante Nigeria, y el encantador y locuaz Olusegun Obasanjo había jurado su cargo cinco meses antes.

En Etiopía se había derrocado al cruel gobierno de la junta militar de Mengistu Haile Mariam y un líder llamado Meles Zenawi, joven, cerebral y visionario estaba en la cresta de la ola.

Aquellos de memoria débil estaban empezando a olvidar uno de los episodios más impactantes del siglo XXI, el genocidio de Ruanda de 1994 en el que alrededor de un millón de personas fueron masacradas en un periodo de 100 días. El país se había estabilizado y empezaba a desafiar toda expectativa. El hombre tras todo aquello, Paul Kagame, emergía tras el manto de la vicepresidencia y del poderoso Ministerio de Defensa para convertirse en presidente.

 

Nueva estirpe de líderes africanos 

En marzo de 1998 el presidente de EEUU Bill Clinton visitó 6 países africanos en 12 días, el tour más extenso de un líder estadounidense jamás realizado. Él ayudó a popularizar la expresión «una nueva estirpe de líderes africanos – new breed of African leaders-«, diferente de aquellos corruptos y autocráticos del pasado.

A lo largo y ancho del continente, las dictaduras de partido único se estaban acabando, y se redactaban nuevas constituciones democráticas. Las reformas económicas marchaban a todo gas. Las cosas parecían brillar para África, así como el convencimiento de que una nueva era próspera, libre y guiada por la ley había comenzado.

El Tribunal Penal Internacional o TIP –International Criminal Court, ICC en inglés- se acababa de fundar e, impulsados por el sentimiento optimista y confiado de la época, los países africanos hacían cola para apuntarse.

Si en política un año es largo, diecisiete son una eternidad.

Esta semana Sudáfrica y Burundi han hecho oficial su decisión de abandonar el TPI, y lo más probable es que más países africanos les sigan, debido a la extendida idea en los palacios presidenciales africanos de que el Tribunal injustamente persigue al continente y ha sido una herramienta «imperialista y neoliberal» blandida contra ellos.

Dos casos han irritado particularmente a los líderes africanos y sus seguidores.

 

El regreso de la «vieja» África

Primero fue el procesamiento por parte del TPI del presidente sudanés Omar al-Bashir por presunto genocidio y otros crímenes en la región sudanesa de Darfur.

Sin embargo, el caso que realmente caldeó el ambiente fue aquel contra el Presidente de Kenia Uhuru Kenyatta y su diputado William Ruto, por su presunto papel en la irrupción de violencia tras las elecciones presidenciales de 2007, durante las que unas 1.500 personas fueron asesinadas y cientos de miles resultaron desplazadas. El caso acabó yéndose a pique, pero no antes de que la Unión Africana hubiera pasado una resolución denunciando al TPI y promoviendo una salida masiva africana del mismo.

En 2015 Sudáfrica, que estaba acogiendo una cumbre de la UA, se encontró en el punto de mira global cuando se le solicitó el arresto de al-Bashir, uno de los asistentes. No lo hizo, y personal oficial le ayudó a escapar de vuelta a la seguridad de Khartoum.

Habría sido imposible imaginar en 2002, cuando el antiguo cuerpo continental, la Organización para la Unidad Africana –Organisation of African Unity, OAU- fue defenestrado en la euforia del momento y reemplazado por una renombrada Unión Africana, con Mbeki y Obasanjo liderando el coro del «Renacimiento Africano», que el continente se vería en ese brete. Que aquello que la «nueva estirpe de líderes africanos» -como el ugandés Yoweri Museveni y el etíope Meles- había promocionado como el vehículo de la política moderna y de la prosperidad hacía un África muy diferente, menos de 15 años después se parecería tanto a la OUA que había reemplazado.

También era prácticamente imposible imaginar por entonces que Sudáfrica, en muchos aspectos el faro de África entre 1994 hasta la Copa del Mundo de 2010, lideraría hoy en día la salida del TPI, con Burundi a su lado.

¿Qué falló?

 

Todo se desmorona

Para empezar, la sorpresa que muchos expresan sobre la decisión de Sudáfrica es, en sí misma, sorprendente.

Y lo es porque absoldemocracy-quoteutamente NADA evidencia que la membresía al TPI haya inducido buen comportamiento en otros gobiernos africanos. La pertenencia al TPI no ha conllevado un mayor respeto por el estado de derecho en Sudáfrica o Burundi, ni ha prevenido masacres como las ocurridas en este último a lo largo del pasado año. No frenó la violencia postelectoral en Kenia en 2007.

Los países que han evitado abusos a los derechos humanos y han desarrollado su democracia, como Senegal, Botsuana, Mauricio y Ghana, lo han hecho basándose en sus propias dinámicas políticas internas.

Además, mientras África brama furiosa contra el prejuicio del TPI, la mayoría de los casos presentados ante el Tribunal fueron remitidos por los propios países africanos. Podría parecer entonces que el TPI es un intermediario –proxy– para otra cosa. Merece la pena señalar que en algunos lugares como Kenia y Sudáfrica, existe —aunque aparentemente minoritario— un núcleo de voces defensoras del derecho internacional y a favor de mecanismos como el TPI; parece sin embargo que han sido adormiladas con la falsa esperanza de que artilugios como el Estatuto de Roma iban a lograr por sí mismos que su espíritu fuese acatado. Se equivocaron.

Desde ese punto de vista, las retiradas del TPI podrían, de hecho, ser positivas a largo plazo. Estos activistas abrirán los ojos y puede que cambien sus batallas por aquellas en el terreno doméstico, en donde podrían darse, de hecho, cambios perdurables.

El comportamiento que los activistas esperaban de África en tanto que «ciudadano global», comprensible hace quince años, no se ha materializado en parte porque el continente no se ha erigido en el poder global que muchos esperaban que se convirtiera.

Hay múltiples razones para este fracaso. Hace quince años, debido a que la fe en la fortuna creciente del continente era muy alta, era muy común pensar que algún país africano lograría un sillón permanente en el Consejo de Seguridad de las NN.UU. El debate solía centrarse en si sería Nigeria, Sudáfrica o Egipto. Era una cuestión de «cuándo» no de «si». Esto no ha ocurrido, y el tema hace tiempo que no sale en las noticias. África se ha irritado porque siente que no ha conseguido su lugar en la exclusiva mesa mundial.

Mientras que han florecido bolsas de innovación y excelencia en el continente, sus políticas las han frenado. Durante años, Sudáfrica ha sido de lejos la mayor economía del continente. Se vendían más coches nuevos en Sudáfrica que en todo el resto de África Subsahariana. Por entonces, Sudáfrica acababa de darle al mundo una clase maestra en reconciliación, y se formaban colas para aprender el funcionamiento de su Comisión para la Verdad y la Reconciliación, y sobre cómo había amalgamado una «nación de arcoiris».

 

Sudáfrica flaquea

Pero entonces empezó a decaer. La corrupción e incompetencia del African National Congress en el poder, la escandalosa brecha entre ricos y pobres, y el crimen, hicieron que el sueño se esfumara.

Hace dos años, Nigeria sobrepasó a Sudáfrica como la mayor economía africana.

Y mientras da pasos para abandonar el TPI, los campus universitarios son casi zonas de guerra, con la policía luchando en un levantamiento estudiantil intermitente contra las tasas universitarias que ya dura dos años. Exceptuando unas cuantas universidades en lo más alto, el sistema educativo del país es un desastre. El movizuma-quote2miento #FeesMustFall, a pesar de su capacidad de destrucción, es la base de un creciente movimiento por la justicia social y económica. En un país en el que los sindicatos fueron un pilar fundamental en la lucha contra el apartheid, en 2012 durante la infame «masacre de Marikana» la policía disparó y asesinó a 44 mineros en huelga.

A Sudáfrica le queda poca influencia diplomática en África, debilitada en parte por los ataques anti inmigrantes africanos ocurridos en los últimos años, pero también debido a su esclerosis política. Con su marcha del TPI, es probable que esté tratando de pescar en el lago de los agravios africanos contra el «orden mundial» para así renovar su liderazgo en el continente.

 

Otro chico grande en problemas

La promesa nigeriana también se ha estrellado. Su economía se ha hundido debido al colapso de los precios del petróleo, la base de su economía. La región noreste del país ha sido destrozada por la brutal insurgencia islamista de Boko Haram.

El Presidente Muhammadu Buhari, elegido el año pasado entre grandes esperanzas en lo que fue la tan cacareada derrota de un presidente por un candidato opositor, se tambalea, con la vuelta de la vieja actividad militar en el Delta del Níger alterando más aún la provisión de petróleo, y con su moneda en caída libre.

Burundi, por su parte, está sumida de nuevo en el conflicto desde el pasado año, después de que su Presidente Pierre Nkurunziza se hiciera con un tercer mandato que la oposición estimó inconstitucional. Unas mil personas han muerto desde entonces, y más de trescientas mil se han convertido en refugiadas en los países vecinos.

 

Sorprendidos por los acontecimientos 

A comienzos de siglo, pocos vaticinaron la pesadilla en la que se convertiría el terrorismo. En aquel momento, los grandes titulares sobre ataques terroristas en el continente habían sido el bombardeo de las embajadas estadounidenses en Nairobi, Kenia, y en Dar es Salaam, en Tanzania, el siete de agosto de 1998.

Egipto resistía muy bien. El dictador Muammar Gaddafi tenía pleno control de Libia. Túnez era un paraíso mediterráneo. La militancia estaba creciendo en la región nigeriana del Delta, pero se trataba de un problema local y ni siquiera tenían ambiciones a nivel nacional. El Presidente Robert Mugabe aún no había tirado a Zimbabue por la borda.

El ladrón y dictador de larga trayectoria Mobutu Sese Seko había sido depuesto en la República Democrática del Congo -Zaire en aquellos tiempos-, y parecía que el país tenía una oportunidad. Fue antes de la «II Guerra del Congo» en la que desde entonces han muerto más de cinco millones de personas como resultado de los impactos directos e indirectos de la guerra, el conflicto más letal a nivel mundial desde la II Guerra Mundial.

Hoy en día, Mbeki hace tiempo que se fue, expulsado del poder en 2008 como un vulgar ladrón de gallinas por el corrupto Jacob Zuma y sus aliados.

Las grandes proclamas del «siglo africano» y el «Renacimiento Africano» también han enmudecido desde entonces.

Entre los líderes políticos no se ha generado una nueva declaración creíble por una nueva moral africana o un nuevo orden económico por el que movilizarse.

 

El retoño de China 

Sin duda África lo ha hecho bien. Muchos millones más de niños van al colegio y muchos millones menos mueren y han sido vacunados. La pobreza se ha reducido. Más gobiernos han sido elegidos, aunque muchas elecciones aún no son libres y justas. Y hasta hace poco, África tenía a siete de las diez economías que crecían más rápido.

Pero la mayoría de todo esto no ocurrió en los propios términos africanos. Fue gracias a China, que ha comerciado e invertido fuertemente en el continente. África ha logrado su lugar en parte amenazando a occidente con cambiar su comercio y aprecio por China, pero su debilidad interna ha permanecido.

La Unión Africana ni siquiera fue capaz de construir su nueva sede central en la capital etíope, Addis Abeba. Fue un regalo de China, y ahora le cuesta trabajo incluso pagar las facturas de la luz sin el dinero de los donantes.

Si cada palo debe aguantar su vela, la gran África ahora mismo está siendo sostenida por China.

Es una realidad que ha generado no solo rabia, sino también un sentido de impotencia, y una tendencia al resentimiento y a estar a la defensiva… El TPI era perfecto para ello. Sin embargo, deja abierta la cuestión de ¿dónde está el nuevo orden moral panafricano con el que los países anti TPI lo van a reemplazar?

Ya hay conversaciones sobre la creación de un «mecanismo TPI africano«, y por supuesto, existe la Corte Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos. Esta es absolutamente ineficaz en parte porque las naciones africanas no van a pagar por su funcionamiento. Y en todo caso, los líderes votaron en una cumbre previa de la UA para asegurarse la inmunidad ante persecuciones por atrocidades cometidas por ellos mismos contra sus ciudadanos.

La ausencia de un orden moral es lo que debería asustar a los y las africanas.

Pero ni esto no es el final, ni deberíamos desesperarnos. Incluso en Burundi, que en la actualidad parece un caso perdido, en los próximos años volverá el inevitable ciclo de reformas, y habrá un final para la impunidad.

 

Autor

 -@cobbo3 es periodista y escritor,
editor de Afripedia.com y Rogue Chiefs, anteiormente en Mail & Guardian Africa.

Este artículo se publicó originalmente en Rogue Chiefs.

 

Traducción del inglés: equipo de Africaye.

Foto de Jacob Zuma -portada / banner- de André S Clements

Foto «democracy» de Michael Bianchi

Equipo de Africaye.org

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