Las elecciones en la República Democrática del Congo no han dejado de sorprendernos. Prácticamente contra todo pronóstico y con 2 años, un mes y una semana de retraso, se celebraron finalmente el pasado 30 de diciembre, en un ambiente de relativa normalidad. Cuando todavía no acabábamos de salir del asombro por la proclamación de Félix Tshisekedi, de la Union pour la Démocratie et le Progrés Social (UDPS) como ganador de la presidencial –hay que señalar que la Comisión Nacional Electoral (CENI) pospuso el anuncio de los resultados mientras Tshisekedi y Kabila se reunían, ha avanzado los resultados de las legislativas y provinciales sin que la compilación haya acabado, y no ha dado pruebas fehacientes de tales resultados– nos levantamos con la sorpresa de la filtración de resultados de la CENI y la Conferencia Episcopal Congoleña (CENCO). Estos datos muestran resultados prácticamente idénticos, dando una victoria holgada a Martin Fayulu, de Engagement pour la Citoyenneté et le Developpment (ECD), con un porcentaje de voto entorno al 60%, y una diferencia muy justa entre Emmanuel Shadary (el candidato de Kabila por el Parti du Peuple pour la Reconstruction et le Démocratie (PPRD) y Tshisekedi, con unos porcentajes entre el 15 y el 20% del voto. ¿Cómo dar un poco de sentido a todo esto?
Félix Tshisekedi · Joseph Kabila [MONUSCO/John Bopengo] · Martin_Fayulu [Pressfayulu]
Estas elecciones iban a hacer historia de un modo u otro. Eran las cuartas en la historia poscolonial de la RDC, las terceras desde que se firmara la paz tras un conflicto que llegó a dividir el país en tres partes, y en las que, Joseph Kabila, en el poder desde que su padre fuera asesinado en 2001, protagonista de la llamada transición posbélica, y proclamado ganador de las dos anteriores convocatorias, tenía que dejar el poder. Esta obligación, impuesta por el límite constitucional a dos mandatos presidenciales, ha marcado este último proceso electoral con dos incógnitas: ¿dejará Kabila el poder, de facto? ¿Habrá un traspaso pacífico del poder? Aún habiéndose celebrado las elecciones, todavía no hay una respuesta clara a estas cuestiones.
El camino a las elecciones
Las elecciones estaban previstas para noviembre de 2016. No obstante, ya en 2015 Kabila comenzó a dar muestras de su voluntad de aferrarse al poder a través de diversas tácticas administrativas, técnicas y políticas. Primero propuso rehacer el censo, luego organizar las elecciones locales, las cuales nunca se han celebrado, y finalmente se embarcó en el proceso de descentralización, parado desde 2006, creando 15 nuevas provincias. Asimismo, llamó a un diálogo con la oposición para pactar la organización de elecciones.
En estos casi tres años hemos podido ver, no obstante, cómo se han estado fraguando los acontecimientos de las últimas semanas. El diálogo que Kabila ofrecía a la oposición en 2015 ya se apuntaba como una forma de cooptar y dividir a la oposición. Primero, agasajó a Etienne Tshisekedi (padre de Félix) en Viena e Ibiza, aunque este pidió que cualquier negociación tuviera mediación internacional. En 2017, y ahondando en la táctica ya vista en 2011, se pasaron apresuradamente leyes que daban ventaja a partidos satélites de Kabila, garantizando a su PPRD el control de las cámaras. Esto es clave. Como indica Gérard Gerold, si como ya se ha anunciado, la coalición de Kabila, el Frente Común por el Congo (FCC), gana las provinciales, esta mayoría podría elegir al presidente del senado, que podría ser perfectamente el propio Kabila, dándole un férreo control sobre la legislatura. Igualmente, si las legislativas dan una mayoría parlamentaria al PPRD, ésta elige al primer ministro, dejando al presidente una función protocolaria. La elección de un candidato tan débil como Shadary como sucesor de Kabila, también apuntaba ya a una estrategia «à la Putin», por la que Kabila dejaría el poder a un vasallo para luego volver.
A esto se unen otros factores también importantes como la falta de legitimidad de las elecciones y de la propia CENI; la dura represión que han sufrido movimientos sociales, partidos políticos y disidentes por reclamar la celebración de elecciones y mostrar su oposición a Kabila; la censura a varios medios de comunicación y persecución de periodistas; los cortes de luz e internet; el veto a los dos pesos pesados Moise Katumbi y Jean Pierre Bemba, quienes aparecían continuamente a la cabeza de los líderes más populares en las encuestas; la exclusión de los territorios Beni, Butembo y Yumbi, que se presentaban como pro Fayulu; así como la negativa a autorizar las misiones internacionales que tildaron las anteriores elecciones de fraudulentas, incluyendo la Unión Europea (UE) y el Centro Carter.
La experiencia de convocatorias anteriores
Si miramos lo ocurrido en pasadas elecciones veremos que estas últimas no han sido tan sorprendentes. La negociación ha estado siempre presente, aunque con distintos matices. Las elecciones de 2006, organizadas en gran medida por la Unión Europea (EU), la ONU y los mayores donantes, se dieron por buenas a pesar de señaladas irregularidades. La confrontación de las tropas de Bemba con la guardia de Kabila en las calles de Kinshasa en 2007 hizo temer por el proceso de paz, y se terminó mediante la acción diplomática de «zanahoria y palo», dándole la presidencia de la Asamblea General al Secretario General del partido de Bemba, Thomas Luhaka, y acusando a Bemba en la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra en la República Centroafricana. En 2011, la táctica negociadora se pareció un poco más a la actual, intentando hacer entrar a Tshisekedi (padre) en el gobierno, y después abriendo lo que Kabila quiso llamar el diálogo de concertación nacional. Este concebía la formación de gobiernos inclusivos donde la oposición pudiera tomar parte. Aunque esto no se puso en práctica hasta 2014, lo cierto es que apaciguó bastante las aguas en aquel momento.
No obstante, hay obvias diferencias. En 2018 no ha sido el fraude electoral lo que ha dado la victoria a un candidato cuya aceptación se ha tenido que negociar, sino que todo parece apuntar a que se ha prenegociado un resultado con el que Kabila ha dado la victoria a un opositor en una jugada maestra. La «táctica Putin» à la Kabila, no sólo busca mantener el poder de facto y el sillón caliente para una vuelta sin complicaciones, sino que además deja a la oposición fracturada, y borra de un plumazo a la histórica UDPS (fundada por Etienne Tshisekedi, padre de Félix Tshisekedi ‘Fatshi’, bastión de la oposición y de la lucha por la democracia desde los tiempos de Mobutu). Sólo podemos especular. Ciertamente, en un principio las encuestas favorecían a Tshisekedi, aunque los últimos sondeos daban una victoria clara a Fayulu. También es cierto que para que ganara Shadary el fraude hubiera tenido que ser de tal calibre que lo hacía inviable. La estrategia final: realizar unas elecciones en el fondo admirables, y pactar el resultado. La última palabra, en manos de la Corte Constitucional, también controlada por Kabilistas, y por tanto, cuestionada en la capacidad de dar un veredicto independiente, ha sido la de dar por infundado el recurso de Fayulu y confirmar la victoria de Tshisekedi.
Es por ello que otra gran diferencia es el «factor Fatshi». Theodore Trefon ya dijo que la muerte de Etienne Tshisekedi sería el fin de la UDPS. Lo que el padre nunca aceptó, parece haberlo aceptado el hijo. A pesar de que algunas voces dentro del UDPS han dicho que contestarían los resultados de las legislativas, aceptan el resultado de las presidenciales. El problema de Fatshi ha sido la falta de experiencia política y una mezcla entre ambición de poder y responsabilidad por ser artífice de un cambio en la RDC. Veremos cómo se desarrollan los acontecimientos, pero el desprestigio de la UDPS está servido.
El factor final y quizá más importante que marca la diferencia en estas elecciones son los movimientos sociales, y una sociedad congoleña que ya ha dicho basta. La presión a la que han sometido a sus líderes para llevar un proceso electoral riguroso, y el compromiso que se ha mostrado por tener el mínimo derecho a elegir presidente son factores con los que ni Kabila ni ningún partido político habían contado. Movimientos como Lutte pour le Changement (LUCHA), Filimbi o Compte au Rebours están empujando al país a una regeneración democrática que va, desde la movilización de las bases hasta las misiones diplomáticas y organizaciones internacionales, pasando por los partidos políticos.
La posición de actores internacionales y regionales
No es casualidad que el resultado esté creando divisiones en el seno de organizaciones internacionales como la ONU y la UE sobre la mejor forma de actuar y la idoneidad de un escenario postelectoral u otro. Se avecinan cambios y nadie quiere quedar malparado. Quienes sí han podido ponerse de acuerdo han sido la Unión Africana (UA) y organizaciones aliadas de la RDC, como la SADC. Primero pidieron la suspensión de la publicación de resultados oficiales y una negociación, pasando a felicitar a Tshisekedi y a llamar a aceptar los resultados, tras el veredicto de la Corte Constitucional.
Pero si en otros tiempos, aliados, donantes e inversores en la RDC han podido mostrar una cara de compromiso con el cambio democrático hacia fuera, mientras se beneficiaban de las políticas económicas y de seguridad de Kabila, ahora el foco también está puesto sobre ellos y su compromiso real.
Las incógnitas se mantienen
En cualquier caso, las incógnitas se mantienen: ¿dejará Kabila el poder, no solo de jure, sino de facto? ¿Habrá un traspaso pacífico del poder? Quizá la estrategia de Kabila era en realidad la de enfrentar tanto a la oposición y crear tanta confusión, que las elecciones tuvieran que rehacerse, o él erigirse en único salvador de una situación al borde del abismo. Sea lo que fuere, el capítulo Kabila no ha acabado. Su poder político, económico y militar está bien atado. También cuenta con un apoyo internacional que, si bien no es incondicional, no ha encontrado en la oposición una alternativa que dé confianza suficiente a los inversores ¿Es posible en estas circunstancias un traspaso pacífico del poder? Volvamos a la historia por un momento.
Nunca en la RDC se han dado unas elecciones pacíficas si se mira el contexto general. Las elecciones que hicieron a Lumumba primer ministro terminaron en un golpe de estado y su asesinato. Ambas elecciones del 2006 y del 2011 experimentaron violencia pre y postelectoral, con una fuerte contestación de los resultados. En estas dos ocasiones, además, tras pocos meses, dos movimientos armados apoyados por Ruanda, pusieron en jaque el proceso de paz. Las cosas han cambiado y el protagonismo de Ruanda en el conflicto de la RDC se ha reducido. Todo es posible y la RDC es una caja de sorpresas. Pero a pesar de que estas últimas elecciones ya se han cobrado un gran número de muertos a cuenta de la represión política y el resultado electoral no es satisfactorio, la mayoría de partidos políticos y población no quiere una confrontación armada, y la evitarán por todos los medios. Solo quizá Kabila esté dispuesto a aferrarse al poder de tal forma que haya que sacarle a la fuerza, pero la presión se ha incrementado sobre él y sus aliados y ya le hemos visto trazando alternativas.
Las consecuencias de todo esto se verán a medio y largo plazo. Sólo nos cabe esperar que el sentido común que se palpa en las calles de la RDC termine imperando.
Foto de portada: MONUSCO/Sylvain Liechti
Foto en texto: MONUSCO