Esperada durante muchos meses por el gobierno centroafricano y la comunidad internacional, Bruselas acoge hoy la conferencia de donantes para la República Centroafricana (RCA). Entre los aspectos que suscitan más interés en la comunidad internacional son el mantenimiento de la paz, la seguridad y la reconciliación, concentrándose en 4 líneas de acción (apoyo a la reducción de la violencia, el desarme la desmovilización y la reintegración de los excombatientes, la reducción de la violencia comunitaria y la reforma del sector de la seguridad) con en un valor estimado cercano a los 415 millones de euros para un periodo de 4 años.
Esta conferencia debería ser la culminación de un 2016 que no cumple las expectativas marcadas. A pesar de las pacíficas elecciones presidenciales y legislativas que tuvieron lugar a principios de este año, gran parte del territorio aún permanece bajo el control de grupos armados que continúan perpetrando ataques violentos contra la población civil. Recientemente, una nueva oleada de violencia en la capital, Bangui, y en el norte del país, ha debilitado aún más la situación de seguridad. En octubre, 37 personas perdieron la vida en un ataque a un campo de personas desplazadas en Kaga Bandoro, a 300 kilómetros de Bangui. ¿Las causas? Si bien múltiples y complejas, no han variado significativamente en los últimos 4 años, marcados por el golpe de estado de la antigua coalición de grupos armados Séleka. Como siempre, es la población quien recoge las peores consecuencias de esta nueva sinrazón y falta de voluntad para mitigarlo.
El ejecutivo formado tras las elecciones de febrero de 2016 no auguraba una posición de aceptación en todo el territorio, ni tampoco de ruptura con periodos anteriores. El nuevo presidente electo, Faustin-Archange Touadera, es bien conocedor de la realidad del país, ya que fue Primer Ministro con el presidente golpista (uno de tantos en el país) Francis Bozizé de 2008 a 2013. Además, el Primer Ministro elegido por Touadera ha sido Simplice Sarindji, quien fuera su jefe de gabinete en el periodo mencionado. Si bien el pronóstico es que este binomio Touadera-Sarindji fuera irrompible, la realidad ha mostrado un claro distanciamiento y una creciente actitud neopatrimonialista de Touadera. La desconexión entre el jefe del estado y el gobierno es notoria, con un claro distanciamiento hacia algunos ministros, quienes prefiere tenerlos bajo un cierto control dentro del ejecutivo que en una posible oposición. Buena muestra de ello la podemos encontrarlo en la figura de Jean Serge Bokassa, ministro del interior y 15º (que no último) hijo del emperador Jean-Bédel Bokassa, a quien, y a pesar de su cargo, Touadera le ha prohibido salir de la capital, medida cuanto menos curiosa.
Otra muestra de esta política opaca es la concentración de los temas considerados como cruciales durante los primeros meses de la legislatura, los cuales coinciden con las actividades anteriormente citadas para la conferencia de donantes: la reforma del sector de la seguridad, la reconciliación o el desarme y la desmovilización de los grupos armados. En ellos se muestra un bajo grado de coordinación y de control civil y democrático, con un especial énfasis en el rol simbólico del ejército en detrimento de los otros aparatos de seguridad (en lo que respecta a la reforma del sector de seguridad) o la impunidad judicial imperante y el nulo tratamiento en lo que a la reconciliación se refiere. Sin embargo, el aspecto que parece generar una mayor preocupación es la negociación con los grupos armados. Una vez más, Touadera ha preferido tomar personalmente la negociación con estos grupos, con unos resultados no demasiado esperanzadores hasta el momento, por lo que su desmovilización y reintegración a la vida civil dista mucho de la realidad.
La realidad centroafricana no es, desafortunadamente, muy novedosa: es imprescindible resaltar que las principales víctimas y más desprotegidas de esta situación sigue siendo la población civil, mujeres y niños principalmente. Las cifras son demenciales y aun así la atención internacional es mínima. Actualmente, la mitad de los 4,8 millones de habitantes precisa de ayuda humanitaria y, a apenas mes y medio del final del año, el llamamiento de las Naciones Unidas para esta crisis apenas ha recaudado el 32% de los fondos solicitados. La población de la República Centroafricana necesita ayuda urgentemente: dos millones de personas tienen dificultades para encontrar alimentos suficientes para comer; el 65% de la población carece de acceso a agua apta para el consumo; y más de 800.000 personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares y se encuentran, o bien desplazadas internamente dentro del propio país, o refugiadas en países vecinos. Todas ellas deben reconstruir sus vidas partiendo de cero.
Además de una mayor respuesta humanitaria, es necesario un proceso de construcción de la paz y una mayor labor de desarrollo que permita adoptar un enfoque a largo plazo para reconstruir el país. La República Centroafricana es uno de los países más pobres del mundo y, a pesar de las enormes necesidades humanitarias, la respuesta ha recibido fondos insuficientes, condenando a la población al sufrimiento. Los donantes deben proporcionar los fondos necesarios de forma inmediata.
En respuesta a ello, la comunidad internacional ha distado mucho de estar a la altura. Ya no es únicamente en las acusaciones externas, sino también fruto de la autocrítica. El más reciente ejemplo lo encontramos en la clausura de la operación Sangaris el pasado 31 de octubre, donde el propio Ministro de Defensa (además de asegurar, sin que genere sorpresa alguna, que Francia seguirá implicada en RCA) confirmó que sus objetivos establecidos no pudieron cumplirse. No obstante, el ejemplo más claro se encuentra en la misión de Naciones Unidas, la MINUSCA, sumergida en los numerosos escándalos de abusos sexuales por parte de algunos de sus componentes, además de recoger la “herencia” de misiones anteriores.
A estos abominables casos se les puede sumar las acusaciones de falta de protección de la población o unas relaciones bastante tensas con el ejecutivo de Touadera, habitualmente poco sincronizadas en las estrategias de construcción de estado y estabilidad social. La creciente respuesta popular, como se pudo comprobar en los incidentes del pasado 24 de octubre (Día Internacional de las Naciones Unidas), muestran el desprecio hacia las fuerzas internacionales y la demanda soberana de que sea el ejército nacional (Forces Armées Centrafricaines, FACA) quienes tomen el mando. La realidad muestra que dicho ejército dista mucho de tener capacidad, mandato e intención de llevar a cabo cualquier tarea de protección de la población y del territorio. Sin medios, formación, ni estrategia (problemas estructurales que van más allá de la reciente crisis socio-política) presenta un panorama desolador.
En definitiva, la conferencia de donantes no tiene una buena perspectiva. Ni cumple las condiciones suficientes para que buena parte de las actividades de las que se busca financiación presenten un buen desarrollo, ni parece que haya una clara voluntad de los donantes para financiarlas. La percepción actual de desconfianza va más allá del poco interés mediático que el país pueda presentar, quien apenas tuvo unos pocos meses de “ventana mediática” a finales de 2013 y principios de 2014. La percepción es que no existe prácticamente voluntad de gestionar los problemas estructurales existentes. Los cimientos puestos este año tampoco han acompañado. La respuesta de paz liberal de componer un ejecutivo y un parlamento no solivianta las acuciantes necesidades de la población. Los mecanismos de gestión local deberían estar, sin embargo, mucho más en el epicentro de las discusiones.
En definitiva, el 2016 se ha presentado en RCA como un año más, un año que casi no fue.
Artículo de Albert Caramés y Júlia Serramitjana, periodista residente en RCA.
Foto de portada: Oxfam