Los menores soldado complican los roles de género de víctima y verdugo

En tiempos de guerra, los y las menores en grupos armados son especialmente vulnerables a la violencia sexual. Tanto las investigaciones académicas como aquellas centradas en proponer políticas tienden a dibujar a las niñas predominantemente como las víctimas de esta violencia, y a los hombres como ejecutores, pero la realidad en el terreno es más compleja. Especialmente en contextos de guerra en los que los roles de género son complicados, se ha visto que tanto niñas como niños son ambas, víctimas y verdugos.

El fenómeno de los y las menores soldado ha atraído mucha atención en los últimos 20 años, fomentando una amplia cobertura por parte de los medios, así como convirtiéndose en una prioridad en el área humanitaria. En el discurso normativo internacional, un menor soldado es definido como cualquier menor por debajo de la edad de dieciocho años, que ha sido reclutado o utilizado por una fuerza o grupo armado. El argumento central del debate normativo es que la infancia no debe estar envuelta en la guerra y que involucrarlos como soldados es una violación de los derechos universales de la infancia.

Por consiguiente, las organizaciones humanitarias han exigido instrumentos legales que prohíban el reclutamiento militar de menores y solicitan que los adultos reclutadores sean considerados responsables penales. Este enfoque se basa en nuestra noción preconcebida sobre lo que constituye ser un niño y cómo deben ser tratados. De manera sistemática establecemos comparaciones con nuestro propio concepto de infancia, envuelto en inocencia y vulnerabilidad.

La suposición de que la mayoría de los menores soldado son víctimas es la norma, y hay un rechazo casi universal a pensar que un menor soldado puede ser un agente activo. Esto es especialmente así para las niñas soldado, quienes son frecuentemente representadas como esposas “en la jungla” y esclavas sexuales. Han proliferado las investigaciones centradas en las niñas soldado y la violencia sexual y de género, siendo esta constitutiva de sus experiencias.

El uso de la violencia sexual en tiempos de guerra y en los períodos transicionales hacia la paz está bien documentada, en los que los menores soldados están expuestos y expuestas a ella tanto como víctimas como como verdugos. Es considerada una consecuencia inevitable de la guerra y los conflictos, un resultado de la masculinidad hegemónica militarizada, inserta en normas y valores preconflicto de inequidad de género en una determinada sociedad.

Las víctimas masculinas de violencia sexual han sido definidas
como “el último tabú de los derechos humanos”

En este contexto, la victimización masculina está subdenunciada, y hay escasa información sistématica sobre víctimas masculinas de violencia sexual, especialmente en el caso de los niños soldado. De hecho, las víctimas masculinas de violencia sexual han sido definidas como “el último tabú de los derechos humanos”. Sin embargo, este tipo de violencia puede darse de hombre a hombre, o incluso ser ejercida por mujeres o niñas.

Existe la idea equivocada de que las mujeres y las niñas son inherentemente pacíficas, y los actos de violencia sexual cometidos por niñas soldado se encuentran ignorados en los instrumentos legales, los programas de Desearme, Desmovilización y Reintegración (DDR) y en las coberturas de los medios de comunicación. Por el contrario, el discurso predominante mantiene que la violencia sexual es ejercida prácticamente de manera exclusiva contra mujeres y niñas.

La teoría de género hace mucho que refuta la dicotomía de “masculino” y “femenino”, según la cual determinadas características son propias de uno u otro, como que los hombres son más “agresivos” mientras que las mujeres son mejores “cuidadoras”. Una producción significativa de literatura feminista cuestiona las concepciones de sexo y género debido a que, con frecuencia, se perciben inapropiadamente como intercambiables: en su lugar, “sexo” hace referencia a las características biológicas, mientras “género” se refiere a las expectativas sociales vinculadas al sexo biológico de una persona.

Se entiende que las categorías “femenino” y “masculino” no deberían verse exclusivamente a través del prima de dos configuraciones biológicas/cromosómicas, sino fruto de restricciones, expectativas y poder sociales, en oposición a las supuestas diferencias innatas o esenciales. En este sentido, la idea de que los hombres son “verdugos” y las mujeres víctimas es reduccionista y simplista. La guerra y los conflictos complican más que simplifican los roles de género, y considerar a las mujeres como agentes activos capaces y a los hombres como frecuentemente feminizados en actos de violencia demuestra la ambigüedad del constructo de la identidad sexual.

Los retratos de la violencia sexual están con frecuencia enmarcados según estereotipos culturales y sexuales que ven a los hombres como sexualmente dominantes y a las mujeres como víctimas pasivas, dificultando el espacio para que los hombres compartan sus experiencias. Esto se ve agravado por un entendimiento de las masculinidades y feminidades enmarcadas en un discurso global en el que las experiencias de género a nivel global se entienden a través del prisma de la perspectiva occidental neocolonial. Los cuerpos africanos se perciben como violentos, y con necesidad de disciplina y salvación. Nos enfrentamos a representaciones de “mujeres del tercer mundo” que necesitan desesperadamente ser rescatadas de los malvados verdugos masculinos.

Es importante entender las dinámicas de género tal como las experimentan los niños y niñas soldado, y cómo estas consolidan y operan múltiples identidades en la guerra y el conflicto, entendiendo estas experiencias como jerárquicas más que binarias. El género es una herramienta de organización, categorización y simbolización del poder, de la estructuración jerárquica de relaciones entre categorías de gente que están asociadas simbólicamente con la masculinidad y feminidad. Es una relación estructural de poder que se apoya en determinadas distinciones entre categorías de gente, considerando algunas más importantes que otras.

Todos los sistemas de poder durante un conflicto armado están cruzados por el género, tanto si son instituciones estatales (desde el sistema de salud, seguridad o el de justicia) como no estatales (organizaciones de desarrollo, ONG, organizaciones de la sociedad civil, el derecho consuetudinario, las tradiciones o la familia). Estas instituciones perfilan cómo hombres, mujeres, niñas y niños experimentan, negocian e intentan sobrevivir en el conflicto y el desastre. No solo están fundados en ciertas ideas sobre el género, sino que también ayudan a reproducir y reforzar aquello que constituye comportamientos de género apropiados.

Las prácticas discursivas dependen fuertemente de oposiciones binarias universales de adultez/niñez, inocente/culpable, víctima/perpetrador, pasivo/activo, hombre/mujer y demás. Tales oposiciones deben ser reconocidas y renegociadas para facilitar la cooperación entre organizaciones internacionales y comunidades. Para los menores soldado, no existe una trayectoria lineal de víctima a verdugo, sino que los menores se encuentran en el nebuloso terreno de (ser) víctimas y verdugos.

Lo que falta en el panorama académico y normativo son las propias voces de las y los menores. Sus aportaciones son cruciales para fortalecer los mecanismos de programación y rendición de cuentas. Cualquier proyecto o programa cuyo objetivo sea mejorar la vida de los y las menores debe incluirles en la fase de investigación y planificación. Es esencial que nos alejemos de los discursos y representaciones dominantes, de las narrativas universales y el binarismo de género hacia la comprensión de la diversidad de las experiencias encarnadas para mejorar la respuesta ante la violencia sexual relacionada con los conflictos, y prevenirla en el futuro.

 

Artículo original de Rose Khan, publicado en el blog de la London School of Economics Africa at LSE.

 

Foto: UN Photo, Albert Gonzalez Farran, (CC BY-NC-ND 2.0).

Traducción: Africaye

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