Remesas en Somalia, los daños colaterales de la lucha contra al-Shabaab

Las remesas, el dinero que envían las personas emigradas a sus países de origen suponen para el continente africano hasta tres veces el dinero que recibe en forma de ayuda oficial al desarrollo e inversión extranjera directa juntas. Para Somalia, país que lleva décadas sumido en la inestabilidad y el desgobierno, el sistema de remesas constituye una especie de cordón umbilical que lo mantiene unido al mundo más allá de sus países vecinos, y por donde fluyen recursos económicos cruciales para mantener a muchos somalíes a flote e incluso para iniciar un negocio. Las recientes medidas emprendidas desde occidente para luchar contra el flujo ilícito de capitales, especialmente aquellas destinadas a dificultar y cortar la financiación de grupos terroristas, están causando estragos y amenazan con disipar los avances conseguidos en el país.

 

Somalia: vida más allá del desgobierno, la anarquía y el terror

Cuando hablamos de Somalia, nos vienen a la cabeza cosas como: el terror sinsentido de al-Shabaab, los secuestros de barcos pesqueros y petroleros por parte de piratas que operan desde la zona, los periódicos episodios de hambrunas, el ingente número de desplazados dentro y fuera de sus fronteras, pero sobre todo, la idea de estado fallido. Desde el colapso del gobierno central en 1991, el país no ha conocido más que una persistente disfuncionalidad institucional fruto de la constante pugna por el poder entre diferentes clanes y tribus rivales, que han ido alternando alianzas tan inverosímiles como frugales. Esta situación ha impedido el desarrollo de cualquier tipo de autoridad efectiva y legítima capaz de proveer a los somalíes de servicios tan básicos como la seguridad, la salud o la educación. Esta deriva, además, ha supuesto un inmejorable caldo de cultivo para la emergencia y consolidación del fanatismo religioso, que cristalizó en 2006 con la emergencia del mencionado grupo terrorista al-Shabaab y que en 2011 llegó a controlar una gran parte del país, incluida su capital: Mogadiscio.

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Pero Somalia es todo eso y mucho más. Antes conocida como “la perla blanca del Índico”, Somalia se encuentra en un enclave estratégico en el cuerno de África, con la mirada puesta hacia oriente, hacia los países de la península arábiga y con más de 3.000 kilómetros de costas y playas –conformando el Golfo de Adén y bañadas por el Océano Índico-, cuyas aguas podrían competir de tú a tú con enclaves turísticos como los del Caribe o del Mediterráneo. Es en estas mismas aguas donde radica uno de los potenciales más interesantes: la pesca, aunque por ahora, son otros los países los que le están sacando provecho, ante la incapacidad material del país de controlar su propio territorio y menos sus aguas. Otros sectores económicos que han ganado peso en los últimos años son la exportación de ganado y carne (especialmente cabras, ovejas y camellos que venden en los países del Golfo), además de las prospecciones petrolíferas derivadas de la posibilidad de encontrar crudo y gas en sus aguas.

Pero más allá de indicadores económicos, Somalia son sobre todo los diez millones de personas que lo habitan y que en este continuo ambiente anárquico, peligroso y con pocas expectativas de futuro, se aferran al día a día para seguir adelante. Con todo, la población somalí ha mostrado una inusitada resiliencia ante la adversidad, donde el dinero enviado en la forma de remesas juega un papel crucial.

 

Las remesas frente a otros flujos financieros para el desarrollo

Se calcula que aproximadamente 1,5 millones de somalíes (el 15% en relación a la población total) viven fuera de Somalia. Décadas de desgobierno, inseguridad y falta de perspectivas son causas más que suficientes para explicar este éxodo. Los principales países de destino son, por orden de importancia: Yemen, Canadá, Reino Unido, Estados Unidos y Sudáfrica. El pasado colonial, las relaciones comerciales y la proximidad geográfica explican estos destinos.

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Desde estos países, y de acuerdo a estimaciones recientes, los emigrados somalíes enviaron de vuelta a sus familias, amigos y seres queridos en su país cerca de 1.300 millones de dólares. Se estima –hablar de datos oficiales en Somalia es una quimera– que este dinero supone aproximadamente la mitad de la renta nacional bruta. Es decir, de los recursos económicos de que disponen anualmente los somalíes, la mitad se genera fuera de sus fronteras por la diáspora. Más concretamente, el Banco Mundial estima que el 80% de la inversión en el país encuentra financiación en las remesas, y que un 40% de los somalíes depende de este dinero para satisfacer sus necesidades más básicas.  De acuerdo con un estudio realizado entre 2012 y 2013 por la FAO una gran parte del dinero recibido en forma de remesas es utilizada por las familias para hacer frente a los gastos esenciales del hogar como la comida, la ropa, la educación y la salud. El mismo estudio señalaba, entre otras, que un 41% de los hogares encuestados recibían remesas; que éstas llegan prácticamente a todo tipo de familias en el país: ya sean más ricas o más pobres, de la ciudad o del campo; y que en su mayoría dependían de un único emisor de remesas. En definitiva, ante la práctica inexistencia de un sistema bancario formal, esta extensa radiografía de las remesas en el país pone de manifiesto la gran dependencia, y por tanto, la enorme vulnerabilidad a la que se enfrentan millones de somalíes si el sistema de transferencias de dinero que lo soporta acaba fallando.

Somalia no es un caso aparte entre los países más pobres. La creciente importancia de las remesas en los países en desarrollo no es nueva, y desde hace años muestra una tendencia al alza que eclipsa otras fuentes de financiación internacionales como pueden ser la ayuda o la inversión extranjera. Además, ante adversidades económicas globales, el flujo de remesas muestra mayor estabilidad. En los últimos años han alcanzado cifras record, y los movimientos de población parecen indicar que esta tendencia no hará más que crecer. El Banco Mundial calcula que, a lo largo del pasado 2015, las remesas con destino a los países en desarrollo alcanzarán los 440.000 millones de dólares. Una cifra muy por encima de los 135.000 millones de dólares que los países más ricos de la OCDE destinaron a la ayuda oficial. La inversión extranjera directa (IED), por su parte, tampoco acaba de fluir a los países en desarrollo, y de entre éstos, un grupo muy reducido de países, aquellos de renta media alta son los que reciben el grueso de la IED (en 2011, el 70% de la IED mundial fue a parar tan sólo a 10 países). Asimismo, conviene recordar que la IED no acostumbra a alcanzar directamente a la micro, pequeña o mediana empresa, principal creador de puestos de trabajo, y que además suele ir acompañada de ventajosos beneficios fiscales muy perniciosos para el país receptor en el medio plazo.

Los daños colaterales de la lucha contra la financiación terrorista

Así con todo, la lucha contra la amenaza terrorista global está mermando el flujo de remesas y para países tan dependientes como Somalia, el remedio está siendo peor que la enfermedad. Efectivamente, reducir las fuentes de financiación supone una de las diversas patas con las que cuenta la estrategia global para acabar con estas redes terroristas. Además, resulta una opción menos costosa en términos económicos y humanos que enviar cazabombarderos o tropas al terreno. Desafortunadamente, la falta de precisión de las medidas tomadas en el ámbito financiero internacional está teniendo un importante impacto sobre las poblaciones locales. En un reciente informe elaborado por el Center for Global Development, se muestra como las diferentes iniciativas a nivel nacional y global emprendidas por los países ricos han provocado que muchos de sus bancos nacionales dejen de operar con instituciones financieras (ya sean bancos, agencias de remesas) e incluso ONG de muchos países en desarrollo ante el temor de ser fuertemente castigados por estas nuevas regulaciones.

Las dificultades para identificar a los destinatarios de las remesas suponen la principal debilidad del sistema de transferencia de dinero y está haciendo que muchos bancos, en vez de buscar soluciones, decidan cerrar unilateralmente las cuentas bancarias. Como resultado, muchas familias están volviendo a sistemas informales, mucho menos transparentes y más costosos.

Somalia, tanto por la importancia de las remesas, como por la presencia de grupos terroristas en sus fronteras, supone un caso paradigmático. Numerosos bancos de Gran Bretaña y Estados Unidos han cerrado las cuentas de organizaciones locales de recepción de remesas somalíes, cerrando el flujo de dinero. Ante esta situación, algunas organizaciones de la sociedad civil se han puesto manos a la obra para denunciar los perniciosos efectos de esta regulación, que mata moscas a cañonazos, y para demandar una regulación que combine mejor las necesidades de seguridad con las de aquellos millones de somalíes que viven de las remesas.

Como de costumbre en el ámbito internacional, el remedio suele ser peor que la enfermedad, y las soluciones fáciles y reactivas acaban generando más problemas de los esperados. Luchar contra la financiación de grupos terroristas no debería dificultar el flujo de remesas, una herramienta que se está mostrando extremadamente eficaz en la lucha contra la pobreza. Conviene recordar que la pobreza es, con frecuencia, la mejor vitamina para el terrorismo.

 

Foto de portada: AMISOM Public Information

(Bilbao, 1976) Economista, aunque siempre he trabajado rodeado de politólogos en el sector del desarrollo y la cooperación internacional. La economía no es mala, como toda ciencia social depende de quien la interprete y la manipule. Empecé mirando a América Latina y he acabado en África. Consumidor compulsivo de información cuando no estoy en la montaña. No te creas todo lo que te cuentan, buscar la verdad, aunque no exista, ya es un gran logro que hay que celebrar. ¿Qué haces leyendo esto? Coge cuatro cosas y vete a conocer África! @IMaciasAymar

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