Los movimientos sociales africanos frente a la COVID19

La revolución más profunda desde lo cotidiano

El 15M se ha convertido no solo en sinónimo de movimientos sociales, sino en la medida de cualquier acción ciudadana, gracias a las experiencias propias, las historias ajenas, un poco de épica mediática, una aportación también de investigación académica y bastante de ombliguismo. Fueron los días que pudieron cambiar el mundo, para muchas y muchos la muestra del poder de la gente, puesto en una vitrina para que no se estropee demasiado. En un esfuerzo expansivo hemos usado ese molde del 15M para mirar a las revueltas en Túnez, a la plaza Tahir de El Cairo, al parque Gezi de Estambul, a las protestas en Brasil, al OccupyWallStreet o al #YoSoy132 mexicano. Pero en esta sublimación de la contestación popular a la que nosotras inconscientemente le ponemos la etiqueta 15M nos faltan, en general, referentes en África Subsahariana. Siempre estamos a tiempo de revertir la situación y de aprovechar esa nostalgia de la revuelta popular para descubrir las dinámicas propias de los movimientos ciudadanos africanos.

El fantasma que recorre África Subsahariana

Durante toda la década pasada, la emergencia de movimientos sociales que demostraban ser tremendamente transformadores al mismo tiempo que no acababan de encajar en las categorías al uso han marcado un fenómeno poderoso de reorganizaciones de las sociedades civiles. Estos colectivos sociales con diferencias formales pero con dinámicas de movilización y objetivos similares se han ido presentando en episodios de impacto, marcados por las movilizaciones masivas y las imágenes violentas cargadas de épica. En Dakar, en junio 2011 un movimiento recién nacido, poco conocido y bautizado como Y’en a Marre, se ponía a la cabeza del asedio a la asamblea en la que participaban otras organizaciones sociales y políticas. Escenificaban el rechazo de una amplio sector de la sociedad a un cambio constitucional con un lema al que el republicanismo y la ciudadanía le salía por los poros: “Touche pas à ma constitution” (no toques mi constitución). En ese momento, ni siquiera la prensa prestaba atención a ese colectivo que, sin embargo, era la fuerza de choque de la movilización.

En mayo de 2012 en la ciudad congoleña de Goma un grupo de jóvenes se plantaba delante de las instalaciones del gobierno para reclamar los derechos de los parados. El colectivo ni siquiera tenía nombre. Después continuarían con demostraciones públicas reclamando el acceso al agua potable y acabaron orientando su radicalmente coherente estrategia de la acción directa no violenta a reclamar unas elecciones presidenciales libres y transparentes. Entre sus imágenes icónicas, las del puño que emerge testarudo en la parte trasera de un vehículo policial en medio un grupo de policías con material antidisturbios. Es el puño de Luc Nkulula, uno de los fundadores de Lucha (Lutte pour le Changement), que murió en sospechosas circunstancias en el incendio de su propia casa. O la mirada sostenida serena y honesta de Fred Bauma que interpela desde los carteles de la campaña de solidaridad por su encarcelamiento, durante un año y medio sin juicio. O la jovencisima Rebecca Kabugho esquivando la indiscreta mirada directa de la cámara aferrada a unos barrotes y con uniforme de presidiaria.

En 2013, era un grupo poco convencional el que aportaba aire fresco a una coalición de organizaciones de oposición en Burkina Faso. Eran jóvenes ajenos a los partidos políticos y no implicados en la política institucional que reclaman el legado, entre otros, de Sankara y usaban la música y la cultura urbana para sensibilizar y politizar. Aportaban un enfoque nuevo a la movilización contra la reforma constitucional de Blaise Compaoré. Su imagen de impacto por excelencia es la de la Asamblea Nacional en llamas, en 2014, cuando Compaoré forzó el órdago y se encontró con un levantamiento popular o las movilizaciones en las calles de Ouaga y otras ciudades del país en 2015 cuando un grupo de militares trató de truncar la transición a la democracia y se topó con una ciudadanía concienciada y tozuda que no quiso ceder el espacio de derechos reconquistado.

Al álbum de fotos se podrían añadir otras que tenemos más presentes en la retina por su proximidad en el tiempo. Las de los y las sudanesas acampados frente a la sede central del ejército en Jartum que desencadenó la caída de Omar al Bashir. O las de la represión posterior cuando volvían a reclamar una transición democrática que no caiga en los vicios del antiguo régimen.  O las de las calles de Conakry repletas de rojo por la llamada del FNDC (Front National pour la Défense de la Constitution) que llevó a Alpha Condé a aplazar in extremis su referéndum de reforma constitucional. O las del material electoral desparramado por el suelo o amontonado en piras, cuando Condé aprovechó la distracción del principio de la crisis global de la COVID19 para celebrar ese referéndum inicialmente frustrado.

Más allá de la revolución, la transformación

Precisamente la crisis de COVID19 ha vuelto a poner de manifiesto una de las características más sólidas de estos movimientos, que son movimientos de construcción comunitaria, que su impacto va más allá de esas imágenes espectaculares y que la transformación que pretenden liderar es la más profunda, la de la edificación de una conciencia ciudadana.

Los momentos de impacto han sido aquellos en los que se han detenido algunos medios convencionales, pero sería muy miope reducir estos movimientos a esos episodios puntuales. Con el paso del tiempo han demostrado que su carácter comunitario es uno de sus rasgos fundamentales, de la misma manera que la voluntad de consolidarse como movimientos ciudadanos, es decir, como ecosistemas en los que se edifican los valores de ciudadanía, en los que se reivindica el papel fundamental del y la ciudadana en la vida social y política de sus contextos.

Los movimientos sociales africanos frente a la crisis de la COVID19

En la actual crisis sanitaria, estos movimientos han volcado sus esfuerzos en la sensibilización y en la difusión de las medidas de prevención para frenar el avance de la enfermedad, han centrado su rol de vertebración social en la defensa de los miembros de la comunidad y han utilizado su rol de prestigio en transmitir mensajes cargados de civismo y ciudadanía. Con solo 38 casos de COVID19 detectados en Senegal, Y’en a Marre se adelantó a cualquier acción informativa masiva con una campaña basada en lo que mejor sabe hacer. Primero una canción con contenido pedagógico que avanzaba el título del despliegue, Fagaru ci Coronavirus, después una decena de cápsulas de sensibilización en las que las caras más conocidas y más carismática del movimiento salían a la calle para escenificar los gestos barrera y los vídeos se han distribuido por redes sociales y plataformas de mensajería.

 

En Burkina Faso, Balai Citoyen también ha lanzado una amplia campaña de sensibilización a través de mensajes visuales en las redes sociales en las que se usaban las imágenes de sus militantes para humanizar los mensajes de prevención. Además de otras acciones el movimiento se ha lanzado a producir por sí mismo gel hidroalcohólico uno de los elementos de protección difíciles de conseguir en el país desde el inicio de la crisis. Y ahora mismo ya está repartiendo gratuitamente las primeras partidas de esa producción entre los colectivos más vulnerables de la sociedad.

Por su parte, los miembros del movimiento congoleño Filimbi se han enfundado inmediatamente sus monos de trabajo, simbólica y literalmente, y han empezado a recorrer mercados y otros lugares concurridos en las principales ciudades del país. Han instalado mecanismos de limpieza de manos, han repartido mascarillas o geles hidoralcohólicos y han informado megáfono en mano a la ciudadanía de los riesgos y las necesidades de prevención. En la misma línea, los miembros de Lucha también se han implicado en diversas campañas de sensibilización en las zonas en las que tienen más implicación dentro de la República Democrática del Congo.

Desde su formación los movimientos ciudadanos que sirven de ejemplo más claro de este fenómeno, Y’en a Marre, Balai Citoyen, Filimbi y Lucha han puesto de manifiesto que el objetivo último de su movilización no era cambiar un gobierno, ni revertir una injusticia concreta, ésos eran objetivos inmediatos que se encontraban en su camino. El reto último, para los movimientos, es propiciar el cambio que acabará con todas las injusticias y con cualquier vicio del sistema democrático. Despertar las conciencias y cimentar los valores ciudadanos es el antídoto de todas esas disfunciones. Para ellos, la transparencia, el final de la corrupción y de los privilegios, la mejora de las condiciones de vida y de las perspectivas de futuro, todas esas pequeñas victorias serán el resultado de un cambio de mentalidad. Y’en a Marre lo formuló de la manera más directa en la figura de lo que llamaron el NTS (Nouveau Type Senegalais): un ciudadano y una ciudadana responsables, exigentes pero comprometidos, capaces de movilizarse y de construir, que asume su papel protagonista y por eso puede reivindicar cambios.

El pasado 13 de mayo, Y’en a Marre lanzó una nueva campaña relacionada con la lucha contra el Covid19, “Sa Masque, Sa Kaarànge. En este caso, la acción se centra en la producción y distribución de máscaras, en la sensibilización sobre su uso y en la consolidación del respeto a la distancia física. Curiosamente, en medio de esta crisis que sacude algunos de los pilares sociales más básicos y en la que estos movimientos ciudadanos se están empleando a fondo, Y’en a Marre recuperó en uno de sus mensajes de difusión la figura del NTS que hacía tiempo que no reclamaba. Los últimos episodios han demostrado que estos movimientos son mucho más que una demostración de fuerza concreta, que tienen capacidad para vertebrar la sociedad y que sus objetivos finales son los cambios en los cimientos, la revolución más profunda basada en la acción cotidiana.

(Pamplona, 1978) Soy licenciado en periodismo y descubrí África como simple viajero movido por la curiosidad del desconocimiento. A medida que me adentraba en las realidades del continente me pudieron las ganas de conocer más y de contar sus historias, muy diferentes a las que había imaginado. Estudié un máster en Culturas y Desarrollo en África y, desde entonces, he hecho lo posible por abordar el relato sobre el continente desde todas las perspectivas que se me han ocurrido. Como comunicador para organizaciones sociales; como periodista, colaboro con diferentes medios, sobre todo, contando historias sobre el uso de las TIC para la transformación social en África; y como investigador social. Además un día compartí el sueño de crear una plataforma para difundir las culturas africanas y junto a otras compañeras y compañeros creamos Wiriko. Tengo claro que la imagen que tenemos de África no es completa y quiero ayudar a mostrar otras realidades.

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