Prólogo del libro "Sudáfrica y el camino a la libertad"

Un camino dantesco hacia la democracia

Con motivo del lanzamiento del libro «Sudáfrica y el camino a la libertad», de Enrique Ojeda, Africaye publica el interesante prólogo del libro, escrito por el intelectual de origen argelino Sami Naïr

He aquí un libro particularmente anhelado. No ha defraudado, desde luego, la espera. Tras el fin oficial del apartheid en África del Sur, entre 1991 y 1996, se abre una suerte de salidas que alivia la pasividad tanto por parte de los Estados en la comunidad internacional como por los analistas contra ese sistema: ¿había que olvidar la naturaleza de este régimen racista en pleno siglo XX, o bien apostar por ocultar la responsabilidad moral, política, y a menudo económica, por no haber luchado contra él? En contraste con el grave relato del más grande, más noble, más simbólico, Nelson Mandela, entristece saber que, en el contexto cultural europeo, y particularmente en España, casi no existen análisis teóricos e históricos amplios del proceso de desagregación del Estado racista, de la transición hacia la democracia, en una palabra, del drama humano que se jugó allí a lo largo del siglo XX. De ahí el especial interés de la monografía que nos ofrece Enrique Ojeda Vila.

Póster de Nelson Mandela en una calle de Johannesburg | Foto de Gregory Fullard | unsplash.com

Libro de historia, de análisis político, de comprensión sociológica y, sobre todo, de sutileza y profundidad intelectual en la interpretación de las motivaciones y de los movimientos estratégicos y tácticos que desplegaron los actores en una batalla y viajes dantescos para desembocar, evitando la guerra civil, en un acuerdo original para desmantelar el Estado racista, entre los supremacistas blancos defensores del apartheid y el conjunto de organizaciones liderado por el ANC (Congreso Nacional Africano) de Mandela.

Aunque describe con rigor y esperanza expresiva esta historia épica, Enrique Ojeda pretende proponer una lectura personal, una mirada profunda de un diplomático que ha dedicado décadas a la reflexión sobre este conflicto; pero esta humildad no debe confundir al lector: el libro es mucho más que eso. Es una reflexión de ciencias políticas de primera mano sobre un proceso de transición hacia la democracia en un contexto que no solo trataba de transformar el régimen político, sino, más radicalmente, de construir una nación nueva, siempre vetada en estas tierras por el racismo y la explotación bajo los trabajos forzados en manos de los blancos dominantes. Es decir, una visión analítica que muestra cómo se ha creado, antes que todo, merced a la voluntad de hierro de dos hombres de altura, Nelson Mandela y Frederik de Klerk, una nación común nueva, basada sobre el pilar de una democracia civilizada.

Con ese objetivo, Enrique Ojeda desgrana, como tarea esencial previa, todo el proceso histórico, desde el nacimiento de la República racista, hasta su derrota final. Con una prosa rigurosa y elegante, el autor escruta los escenarios de los protagonistas, tanto de las resistencias y luchas de los negros para su emancipación como de la contumacia soberbia contra la humanidad de los partidarios del apartheid para mantener su sistema violento de privilegios. El rostro de los sufrimientos, la esclavitud, las torturas, la sangre y, en definitiva, la humillación, fue su seña de identidad. No entraré aquí en los detalles del relato de Ojeda, simplemente destacaré sus argumentos e ideas centrales.

A su juicio, el fracaso definitivo del sistema de apartheid resulta de dos factores estructurales objetivos y de una determinación subjetiva excepcional. El primer factor, la incansable y secular lucha de los negros para su emancipación de una esclavitud y barbarie sistémicas; esta lucha, que adopta la forma de una resistencia diaria irreductible, nunca ha cesado desde la creación del Estado blanco sudafricano. Cierto es, como pone de relieve Ojeda, que hubo divisiones y desacuerdos, incluso conflictos violentos entre los mismos oprimidos, pero nunca desapareció el sustrato final, es decir, eliminar un sistema inhumano asentado sobre la exclusión étnica, el “diferencialismo” cultural, la dictadura militar y policial, el odio al otro. La resistencia de los negros siempre ha sido el hilo rojo que corría como la sangre que ha teñido esta tierra.

En este sentido, todas las organizaciones civiles, sindicales, políticas, formadas por los negros del país africano contemplaban sólidamente este propósito común. Sin embargo, sería un error pensar que fueron solo los negros quienes asumieron el papel de la resistencia social. Porque, como bien nos recuerda Ojeda, en el seno mismo de la sociedad blanca, desde el inicio, se sumaron a ese mismo objetivo blancos, asiáticos, mestizos de toda índole. Siendo la democracia la aspiración de la inmensa mayoría de la población negra y de “color” (término inventado por los blancos anglosajones para identificar a los mestizos), el desenlace de la lucha era una consigna: la victoria es ineluctable. La cuestión esencial, por lo tanto, no estribaba meramente en imponer la ley de la mayoría negra. El destino de ese viaje era más complejo, mucho más difícil de alcanzar: crear una democracia inclusiva, que debía embarcar a toda la ciudadanía del país, blanca y negra.

Una democracia mayoritaria cuyo objetivo no era sino otorgar a todas las minorías un papel decisivo en la elaboración del futuro del país, bajo el imperio de la semántica de la ciudadanía política común, de los valores compartidos, que bloquea todo etnicismo institucional y el “diferencialismo” excluyente.

Imagen del centro de Johannesburg | Foto de Clodagh Da Paixao | unsplash.com

Pese a las torturas, asesinatos, desánimos y traiciones, los militantes y dirigentes del ANC superaron este desafío porque entendieron, guiados por valores sociales y nacionales (de corte mayoritariamente liberal, socialista o comunista), que no se trataba de vindicaciones del pasado sino de edificar algo nuevo, sólido, solidario y progresista. En esta dirección, Enrique Ojeda evidencia, siguiéndola paso a paso, el perfil de una difícil lucha para construir una nación interétnica y diversa. El jefe del ANC, Nelson Mandela, no quería una “victoria” unilateral de los negros sobre los blancos, sino que, tras muchos años de cárcel y sufrimientos, buscaba algo mucho más elevado: una victoria de cada uno de los protagonistas, de cada sufriente, sobre sí mismo. Es decir, volver a empezar la historia común del país para ofrecerle a la ciudadanía negra y blanca una Constitución y las instituciones democráticas que merecía. En otras palabras, un país sin vencedores y vencidos que permita convivir bajo las claves de la paz, respeto y dignidad. Tarea que compartió y extendió el presidente De Klerk para el bando blanco. Un reto inmenso, porque ese sector había vivido más de un siglo bajo la creencia de una superioridad biológica, cultural y social por naturaleza y, seguramente, por decreto divino. Y, ahora, debía aceptar devolver pacíficamente el poder a la mayoría negra. Se consiguió, a pesar de la estela, también por ese lado, de asesinatos y episodios de guerra en el seno mismo del Estado racista.

Mandela y De Klerk lograron juntos estos objetivos compartidos porque habían comprendido los parámetros fundamentales de la situación y la finalidad última; de otro modo, habría significado la muerte política y, seguramente, la de ellos mismos. Por otra parte, tenían el profundo convencimiento de que el régimen del apartheid se había agotado históricamente y hubiera provocado una sangrienta guerra civil; y, al tiempo, que la lucha armada de los negros no podía vencer al ejército blanco, y que, de ser posible, hubiera generado la destrucción y la desaparición de los blancos como elemento del pueblo sudafricano. La solución, pues, era política, solo política. Mandela y De Klerk asimilaron perfectamente esta ecuación sudafricana.

El segundo factor que explicaría el fin del apartheid, tal y como Enrique Ojeda lo recalca, se relaciona con la transformación radical del sistema internacional tras la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. Pues la clemencia de la que se aprovechó el régimen del apartheid por parte de sus dos apoyos principales (Gran Bretaña y Estados Unidos) estaba condicionada por la lucha “aliada” que el Estado racista pretendía mantener contra el comunismo. Tampoco se confiaba en el ANC, porque recibía ayuda de los países socialistas de aquel entonces. Desaparecido lo que se concebía como peligro geopolítico comunista, el régimen del apartheid fue mirado en su nuda realidad: cruel, inhumano, insostenible para las democracias. Ronald Reagan y Margaret Thatcher empezaron entonces a explorar una solución negociada.

La comunión entre las dos condiciones objetivas mencionadas, sin embargo, no bastaron para eliminar el apartheid. Ojeda demuestra en su análisis el papel decisivo de la voluntad de la puesta en común de los dos protagonistas, Mandela y De Klerk, que apostaron, pese a todo, por la paz: una nueva nación, multicolor, diversa, democrática, tolerante. Lo que confirma, una vez más, la función de los ideales en la transformación de la historia.

De la visión compleja y de conjunto que ofrece este libro se pueden sacar conclusiones para el porvenir. Herramientas políticas que deberían servir para resolver los conflictos de justicia transicional en Latinoamérica, o los procesos de transición a la democracia en Oriente Medio o África, si bien las condiciones singulares siempre varían. Aunque trasciende al proyecto del autor, queda por conocer el devenir de aquella transición exitosa en Sudáfrica. Treinta años después, pese a enormes dificultades económicas, sociales y culturales, el eje central que había vertebrado la estrategia de los dos fundadores de la nueva nación, Mandela y De Klerk, se ha mantenido e incluso fortalecido. El racismo ha sido borrado de las instituciones, el tribalismo, tan potente en África, no ha vencido. La nación ciudadana sigue avanzando; el país no ha perdido su papel de gran potencia económica regional; las relaciones basadas sobre las identidades se han debilitado para dejar aflorar —eso sí— las contradicciones de estatus social, los conflictos de intereses económicos. Y para entender cómo ha llegado la República de Sudáfrica a esa normalidad, se hace imprescindible la lectura de este libro, que nos transporta a un camino doloroso hacia la libertad y la democracia.

Autor

Sami Naïr (Argelia, 1946) es un politólogo, filósofo y sociólogo de gran prestigio debido que ha escrito varios libros, especialmente relacionados con los derechos de las personas migrantes.

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